Opinión

Las amargas secuelas de la rebelión de Cataluña

Las empresas y entidades esenciales del tejido empresarial de Cataluña se están yendo. Cierto que sus activos esenciales seguirán allí, pero el efecto simbólico y fiscal es innegable. Y como respuesta se dicen cosas tan simplonas como algunas de las que se trasladan no lo hacen a Madrid, sino a otros lugares de los “Paisos cataláns”, simpática ocurrencia sin la menor virtualidad. Lo cierto es que los capitales esenciales no parecen creer en la viabilidad de una nueva nación independiente y se curan en salud ante de asumir el menor riesgo.
Por las calles de Cataluña las gentes más sensatas ya dicen: “Los turistas no vienen, las empresas se van y la CUP domina la calle, gran balance”. Los anarquistas y antisistema de la CUP, con menos de 400 mil votos sobre cinco millones de electores, son el agente tractor de la vanguardia independentista que arrastra a lo que queda de lo que fue Convergencia, un partido de derechas. Cada uno a lo suyo.
Y al tiempo, el gobierno de Puigdemont ensaya una maniobra propia de los jugadores de póker que saben de encender los faroles. Se han repartido los roles, y sin perder el tono del desafío lanzan un envite al gobierno, y sugieren abiertamente “dialogar” como si fuera una propuesta personal del actor encargado de jugar este rol y no parte de su estrategia global. A ver si cuela.
Cualquier ventaja, concesión o mejora que se ofrezca a Cataluña, tras haber llegado sus dirigentes a la rebelión y el golpe de Estado, será lamentablemente una burla y una ofensa al resto de las comunidades y al conjunto de los ciudadanos de España, incluidos los que tienen vecindad civil en aquella región, que han respetado y respetan la Constitución y las leyes.
Muchos españoles comprensivos con la permanente reclamación catalana han abogado por el diálogo. Eso está bien, en una situación de calma, sin amenazas ni coacciones. Pero no se ha dado en este caso, pese a que a Puigdemont se le invitó a exponer sus pretensiones en el Congreso de los Diputados, donde no le faltan amigos y protectores. La crítica a Rajoy, por tantas cosas criticable, ha entreverado con el asunto de Cataluña, sin separar lo contingente de lo que debería ser preocupación prioritaria de todos.
Tras haber quebrado seriamente la convivencia en Cataluña, la Constitución y las leyes, si se hace la menor cesión a los rebeldes se demostrará que fueron capaces de poner al Estado de rodillas y obtener sus frutos de uno u otro modo. Primero que se rindan, que restituyan la normalidad democrática de las instituciones que han prostituido. Y luego, con calma se podrá hablar.  O sea, que den marcha atrás con todas las consecuencias y en todos los sentidos como si esta serie de vergonzosos episodios no hubieran ocurrido, es decir, insisto, volver atrás, al punto de partida, al respeto al Estatuto y a la Constitución.
Y para eso, para superar este tiempo, a medio plazo, cuando sea posible el diálogo han de desaparecer de la escena Rajoy y Puigdemont. Y desde luego, que se piense bien que Cataluña ya disfruta de privilegios, competencias y capacidades que exceden a las de cualquier modelo federal. Por eso, es inevitable que se celebren nuevas elecciones con nuevos personajes, tanto en Cataluña como en el resto de España. Y cuidado con las concesiones: Lo que se le diere de más a Cataluña se detraerá de lo que corresponde a otras comunidades, y en tanto el Estado se repliegue más (ya hemos visto lo ocurrido con una parte de los mossos), se seguirá avanzando hacia la secesión definitiva en un venidero intento.
Y además quedarán secuelas difíciles de superar: Se ha sembrado el odio, se ha adulterado la historia y varias generaciones de niños y jóvenes catalanes (muchos de ellos hijos y nietos de emigrados de otras regiones) sienten que España es el enemigo, el opresor de una patria que quiere ser libre y que es la suya. Sinceramente, no creo que por mucha pedagogía que le echen el veneno sembrado en las aulas y en las calles dejará de seguir alimentando con la mentira y la utopía la realidad cotidiana.
Otra vez volveremos a reconocer lo que Ortega predijo en 1934: “El problema catalán no tiene solución, solamente lo podemos conllevar”- Esto está siendo un gran ensayo. Pero me temo que habrá próxima vez. La habrá si no se les quitan las ganas de una vez a los que quieran volver a insistir. Y no me vengan con la monserga del pueblo de Cataluña; el pueblo de Cataluña son todas las personas que viven allí con ciudadanía española.

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