Opinión

Amantes culpables

Así podría empezar esta novela: 
 Están desnudos. El aire de la habitación donde yacen pende inerte, como las sábanas donde acaban de conjugar el verbo eterno. Todavía sus alientos huelen a ultraje y a lujuria. Son amantes. Pero la culpabilidad los reconcilia. Reos de lesa honradez el hombre y la mujer se perdonan mirándose a los ojos. Ella piensa que él es un yonqui del amor, la droga de los varones mileniales. Él que ella es una burladora irredenta: -“un día para enamorarlos, otro para conseguirlos, otro para abandonarlos, dos para sustituirlos y una hora para olvidarlos”-, a la que él, por amor, terminará por redimir… 
 El resto aún está por escribir. A mí me da pereza. Pero lo que sigue bien podría ser el planteamiento, el conflicto y la conclusión final:
 El hombre y la mujer del siglo XXI. Felonía en equilibrio en el baile de las emociones. Lo único que ha variado es la forma de indultarse. Antes ellas podían asumir que sus parejas tuvieran una aventura carnal, pero no toleraban que “su hombre” quisiera a otra. Ahora no. Ahora ellos no consiguen admitir una aventura de su pareja basada en el afecto (antes sí), pero son capaces de tragar con el aquí te pillo aquí te mato convencidos de que las necesidades sexuales de las mujeres son imperiosas. Y entremedias el amor; ah, l’amour, rien n’y fait menace ou prière, de nada sirve amenazar o suplicar. (Un toque en francés, siempre realza un relato). 
 El hombre y la mujer. Sigue la asimetría, aunque ha cambiado la forma de interactuar. Ahora ellas han pasado de presas a cazadoras; separan la sexualidad del enamoramiento; abren las piernas con facilidad pero no quieren cerrar un compromiso. Ellos no. Ellos condicionan sus erecciones a sus afectos; quieren hacer de la cama algo duradero; ya no tienen que reprimir sus sentimientos ni hacerse los sufridos, y hasta se les permite llorar como a desconsoladas damiselas ante el menor infortunio emocional. Ser viril no es ser machista, lo tienen claro. Y sin embargo confunden feminismo con feminidad. 
 El hombre y la mujer. Solo ha cambiado la actitud de los protagonistas. Pero ya nada es igual. El hombre tiene que cumplir con la hembra. Se cuida, se preocupa por su apariencia, cumple con el trabajo obligatorio del deber sexual. Esclavo de su pareja no podrá llevar la iniciativa. Se debilitará. Reivindicará su derecho a la pasividad. Incluso puede que le duela la cabeza. Y venderá su cuerpo, porque ellas, que creerán vengar así a sus antepasadas, seguirán buscando el amante perfecto, fuerte y tierno: el hombre más interesante será siempre el que está por llegar. 
 El hombre y la mujer, la mujer y el hombre: El mundo al revés de Lampedusa. Todo cambia día a día, pero basta mirar atrás para ver que todo sigue igual. Y sigue la paradoja del amor: entre un hombre y una mujer hay una guerra. Pero ellos (y ellas) seguirán siendo amantes, y culpables, siempre arrojados de ese paraíso que nunca, nunca, alcanzarán.
 

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