Opinión

Algo murió este sábado, 'algo' nacerá el martes

Asisto en el Congreso de los Diputados a la primera sesión del debate de investidura. Me preguntan en una radio que quién creo que ganó, Sánchez o Casado. Creo, digo, que Sánchez lo tenía mucho más difícil, y por eso perdió: tenía que justificar toda una trayectoria, de la que las hemerotecas están llenas, afirmando que iba a evitar precisamente hacer cosas como las que ahora culminan con la muy previsible investidura del ahora presidente del Gobierno en funciones. Tenía perdidos los papeles, en algún momento casi literalmente, aunque ya tenía en el bolsillo la prórroga en el empleo, el de mayor responsabilidad de la nación. Algo ha muerto este sábado en la historia política de España; algo se iniciará el martes, cuando Sánchez resulte investido y nos anuncie su nuevo gobierno. Entonces, el país entrará en una etapa radicalmente distinta a la que marcó el 'régimen del 78', según definición algo despectiva de Pablo Iglesias, que se va a encaramar nada menos que a la vicepresidencia del Gobierno del Reino de España.

Nos habíamos acostumbrado a lo que teníamos, con lo que, bien o mal, con sus contradicciones a cuestas, hemos llegado hasta donde estamos. Ahora tendremos que replantearnos todo con este gobierno de coalición de izquierda que llega al poder por primera vez desde hace más de ochenta años. Tendremos que aclimatarnos al nuevo papel que jugará en el Parlamento nacional Esquerra Republicana de Catalunya, que por la mañana en las Cortes coopera a la investidura y por la tarde, en el Parlament catalán, facilita la 'desinvestidura' de la mano de alguien que, como Quim Torra, se ha convertido en el mayor enemigo del Estado. Y de casi todos: da sus últimos coletazos y eso puede resultar temible.

Es muy complicado el juego en el que se ha metido Sánchez: hacer respetar una Constitución monárquica con unos aliados -me refiero solamente a Unidas Podemos, pero también podría hablar del resto de los apoyos a la investidura- decididamente republicanos; mantener unido el territorio nacional mientras le sostienen gentes cuyo fin es el secesionismo. Y todo ello, manteniendo una al menos apariencia de diálogo con todos, pero al tiempo procurando un frentismo patente en sus descalificaciones totales 'a la derecha' y su proclamación constante de que el suyo es 'un gobierno de progreso', como si ello significase dejar fuera al menos a media España. Cierto que las dos Españas siempre han estado ahí, pero antes, al menos, el PSOE representaba una cierta centralidad ante los extremos que constituía una barrera entre un frente y el otro. Ahora, desde este sábado, no hay nadie en el centro, situado entre estos dos frentes: primero se aniquiló Ciudadanos y ahora el PSOE que representaron Felipe González, Guerra, Rubalcaba o Ramón Rubial. Ha muerto el viejo PSOE, surge el nuevo PSOE.

Habla Sánchez de 'recomenzar', de 'retomar el diálogo'. Haciendo casi tabla rasa de lo actuado hasta ahora. Pero sin especificarnos qué es lo que desde ahora se va a actuar, porque la transparencia es el bien más escaso en los pagos políticos españoles, y fíjese en que no hablo solamente de los gubernamentales. Creo que no somos solamente los periodistas, las gentes de la calle, quienes debemos aclimatarnos a esa era nueva, incógnita, que se nos ha echado encima coincidiendo con el inicio del año, con la década que se estrena: me hubiese gustado escuchar, en los discursos de esta primera jornada de la sesión parlamentaria más decisiva que hemos vivido en décadas, discursos nuevos, tambores de pacto y no de guerra, voces que quieren construir y no destruir al adversario. Diríase que una capa de odio, auténtico y para nada impostado, ha caído sobre quienes dicen y quieren representarnos. Solo espero que el clima en la España real nada tenga que ver con el de la oficial que, una vez más, palpamos este sábado. Bienvenidos a 2020 y prepárense para toda clase de sorpresas.

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