Cartas al director

La dignidad de una democracia

Se puede aceptar una limosna con toda dignidad y lucrar una subvención, cobrar unos dineros por un trabajo ficticio u obtener una prebenda bancaria, con absoluta indignidad.
Apoyar causas nobles y ayudar a la consecución de fines en beneficio de la sociedad es digno. Es indigno respaldar dictaduras que matan la libertad, sean del color que sean y estén en la geografía que estén.
Es digna la laboriosidad que consigue honradamente crear puestos de trabajo y empresas que contribuyen al florecimiento de la economía. Es indigno pretender justificar persecuciones políticas, discriminaciones ideológicas o cambios repentinos de estatus personales.
 Aunque el concepto de la propia dignidad o de la indignidad personal es algo subjetivo, existen parámetros y valoraciones objetivas que están en la mente de todos los demócratas y que permiten un juicio más o menos acertado de colectivos y de la propia sociedad, en el seno de la cual, se dan ciertos hechos que algunos pueden llegar a calificar de indignos desde una óptica populista y sectaria.
Por suerte la dignidad de una democracia, se basa en las actitudes y en los valores de la persona y va mucho más allá del pobre concepto que algunos puedan tener de lo digno y de lo indigno.