Cartas al director

SOBRE LAS DICHOSAS ENCUESTAS

 Cada dos por tres están saliendo encuestas a todo trapo sobre los más diversos y heterogéneos motivos, pero yo, con esta última de hoy mismo,  en toda mi vida solo he participado en cuatro. Y si mal no recuerdo eran relativas a servicios de telefonía, seguros varios y tendencia de compra. En realidad me han llamado más veces, pero en todas he rehuido mi parecer. Además, si las han tenido en cuenta, mi opinión, aparte de no ser muy digna, deberá figurar entre ese tanto por ciento de No Sabe/No Contesta.
Y me explico; siempre miento, pero como un autentico bellaco. Voy siempre en la misma dirección, pero luego en el apartado de sugerencias y opiniones, la cago por completo. En aras de la comprensión y percepción, si por caso hablamos de futbol me declaro culé de toda la vida poniendo al Barça en las nubes, pero luego en ese apartado me declaro al 100 por 100 rendido madridista. Con esto ya queda todo dicho.
Desde siempre, cuando estoy comiendo obvio cualquier llamada telefónica, pero como quiera que estuviera esperando una de mi hermana que era importante para un desplazamiento, la cogí engañado, ya digo.  No tuve más remedio que interrumpir la posta de bacalao al horno, que yo llamo viernes de mar, alargando y guardando así durante el año el viernes santo como un deber católico y gastronómico.
Ya digo, interrumpí mi almuerzo y la lectura de un sabroso artículo, aprovechando para refrescar la boca y la dicción con un buen  tiento de Albariño. Era una encuesta relativa a una entidad bancaria de la que era cliente. Me cogió en buen momento, pues ni un exabrupto llegué a expulsar. Le dí mi correo electrónico y le prometí que se lo enviaría, pues me cogía ocupadísimo.
A la noche, lo descubrí agazapado entre otros, y habiendo perdido las partidas de tute y de dominó me entraron ganas de desquite. Así que le contesté. Era una entidad que había crecido a cuenta de dos bancos a los que había engullido. Las preguntas eran simples y sencillas; del 1 al 10 fui puntuándolas alternándoles un 7 y un 8. Todo me parecían parabienes; su modelo, su gestión, sus empleados, etc.etc. Pero al final en su sugerencia y opinión deje, en mayúsculas; cada vez que oigo o veo el nombre de esa entidad la sonrisa se me dispara de oreja a oreja, igual que mi confianza y seguridad, -al mismo ritmo que la mala leche- pero el caso es que después de tanto autobombo y autosuficiencia  aún tengan un cajero tan anticuado que no es siquiera capaz de cambiar el pin de mi tarjeta y que los tres mil euros de mis acciones, que tan buenas y rentables eran, los estén usando durante siete años sin interés alguno. Y, que curioso y chocante es, ambas cosas a la vez-  que cuando en la prensa sale, -cíclicamente- prejubilaciones o despidos de personal, mi pensión pasa a la cartilla de otro hijo y los recibos domiciliados de luz se devuelven como impagados.   
La satisfacción que me acompañó al acabar disipó sobremanera por completo las anteriores derrotas. No he recibido contestación alguna. Tampoco la espero.