Cartas al director

Horas tontas

En este mi pueblo de la Muy Leal y Noble Villa de Negreira ha empezado a estar de moda que algunos bares y cafeterías cierren a determinadas horas que no son muy apropiadas para el consumo y disfrute propios de tales establecimientos. Le dicen horario de oficina u oficinista. A pesar de que casi todos vienen disfrutando de un día de descanso semanal, ya son muchos que los sábados, o bien cierran por las mañanas, lo hacen por la tarde o todo el día. En algunos festivos -también es verdad que en esos días la afluencia de gente por la calle es muy escasa y sobra sitio en donde aparcar, no te digo si el buen tiempo acompaña y la playa se encarga ya de llevarla- a veces no queda local  en donde poder  tomarte un café como siempre y en el bar de costumbre, lo que hace que conozcas otra forma de ser, estar y tratar, que tampoco es malo. Aunque no es lo mismo que en el de todos los días. Te cambia  todo: la taza, el mostrador, el periódico, hasta parece que la cucharilla, el camarero, al que notas incómodo que te mira y remira con suma atención como novato que eres. La tele, que ha cambiado de lugar y canal, el servicio que parece que te queda a trasmano, el mismo café que sabe distinto, a pesar de ser el descafeinado automático de máquina de siempre…
En esos momentos o días, la dichosa maquinita de juego  huérfana y olvidada en su rincón, esperando que alguien la despierte de su letargo,  cuando vuelve  a  la vida con su parpadeo centelleante,  tal parece que su sonido es más intenso, alto  e incluso alegre debido, sin duda, a la escasa clientela; repitiendo la machacona cantinela engañosa de que está para dar, a puntito mismo…
Me susurra el decano de cafetería de este pueblo, que también es mi vecino, que empezó con 17 años, y que a pesar de querer prejubilarse -44 años de esmerado servicio ya, y que no llegó como algunos trasvasado de las cuadras y monte, pues en nada evolucionan ni mejoría se les ve (otros su emigración en Europa la aprovechan ahora para usar su idioma con los peregrinos, el otro día, casualmente, tuvo que acompañar al centro médico a uno como intérprete) y que su mujer solo le pide otro año más-, que de verdad hay horas en que parece que todo el pueblo está durmiendo y que el gasto supera con mucho la nula clientela.
Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía, y todo será acostumbrarse. En fin, "o tempora, o mores", que quieren que les diga.