Cartas al director

Compras

 Una de las compras que más me gustan hacer es al entrar en una librería.
Aborrecí desde siempre acompañar a mi esposa a comprar ropa. Salía siempre con la única idea de saber lo que quería y en menos de diez minutos tenía la compra hecha.
Una de las cosas que más odio es probarme un pantalón. El tener que sacar los zapatos, desanudarlos, luego atarlos de nuevo y ver que ni es de mi talla ni me sienta bien, me pone de los nervios. Por eso, desde hace unos tres años tengo un mono en mi casa de la aldea, que solo lo he puesto dos o tres veces como mucho. Y por eso mismo cuando regreso al pueblo, mis zapatos están llenos de tierra, lo mismo que los bajos del pantalón o alguna que otra camisa o camiseta. Y si es blanca se nota más.  Las mujeres, ya se sabe, que sí, que no, que tal vez, pero con aquello otro o aquella otra estaría mejor y sería ahorrar.
Más que cansarme, me fatiga ver, esperar y comprobar que mi santa señora, se prueba uno y otro par de zapatos, mirándolos de todas las perspectivas posibles en el espejo y en el conjunto que lleva o en el posible. Ya se sabe que hasta la fecha aún no ha aparecido la zapatería que tiene zapatos de la talla 35 por fuera y la 45 por dentro. Aún no. Pero todo se andará.
La librería es otro mundo. Más que mundo un universo. Allí duermen vidas, deseos, sueños, esperanzas, conquistas, aberraciones, tristezas y alegrías, amén de otras muchas más cosas. A veces me siento un poco tunante y viendo a aquel escritor que la ha cagado, me lleno de alegría y me sonrío pensando en lo breve y alternativo que es la vida.
Siempre salgo con un libro de más y el presupuesto un poco quemado. Si pudiera me compraría más libros, siempre novelas, y siempre, siempre, me salgo no totalmente convencido de que he hecho unas buenas compras. En la duda entre esta o aquella novela mi convencimiento es muy dubitativo. A veces acierto, otras no.
Y lo me más me duele es tener que dejar un libro a medio empezar después de tres o cuatro páginas leídas. Eso si que me duele. Es no volver a leer otro libro de ese autor que ha quedado postergado para siempre.
Pero ya se sabe que dejar de comer por haber comido no es enfermedad de peligro.