Cartas al director

Lenguaje melífluo

Como en esta sociedad no queremos vernos acusados por nuestra conciencia y nuestra mediocridad cuando obramos mal, nos hemos inventado un lenguaje melifluo, azucarado, descafeinado; al aborto que es un crimen lo calificamos como “interrupción voluntaria del embarazo”; en lugar de esposo o cónyuge decimos “pareja” “compañero sentimental”, etc. Tampoco se libra la Iglesia Católica de esta epidemia; a partir de la fecha en que dijeron que lo importante era el hombre, quitaron a Dios del primer lugar y pusieron al hombre. 
Ya no se dice pecado sino “falta”, nadie quiere hablar del infierno, parece que solo hay cielo, nadie quiere hablar de sufrimiento, sino de nivel de vida, etc., se ha desacralizado tanto la Iglesia Católica que poco queda o nada en muchos lugares de la divinidad de Cristo, ni de su presencia real y verdadera en la Divina Eucaristía que anda de mano en mano como si fuese una galleta. Dicen que escuchar a los jóvenes, pero ¿por qué no acuden los jóvenes a la Iglesia? Pues sencillamente por que allí no encuentran nada sagrado, divino, parece la reunión de los miembros de una ONG; ¿Cuál es la razón? Pues que en muchos lugares, afortunadamente todavía tenemos muchos miembros de la jerarquía y del clero santos, en lugar de hablar de Dios hablan del hombre; a Dios le han quitado y en su lugar han puesto al hombre. 
Y llegados a este punto hagamos un alto y meditemos. ¿Por qué Cristo fue destruido, aniquilado, destrozado, cuando clavado en la Cruz, exclama “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”?  El, el Hijo de Dios, no es destruido, aniquilado y padece aquella angustia que no se puede expresar con palabras para librarnos del hambre ni del sufrimiento, nadie a sufrido más que Él y su Santísima Madre, sino del pecado, no solamente nuestro, de todos los hombres de todos los tiempos. Si no entendemos esto, no hemos entendido nada, y permaneceremos en las tinieblas, en el vacío, en el absurdo. Solo Cristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, nos puede dar la paz, la alegría, la caridad, la esperanza y la certeza que después de esta vida y gracias a su sufrimiento, si perseveramos, alcanzaremos la vida eterna.