Cartas al director

Perlas sueltas de un collar sin hilo

En su libro “Hispanoamérica”, el gran filósofo español Julián Marías hizo toda una interpretación, casi una teoría, de Salvador de Bahía. Después, en sus memorias, “Una vida presente”, dedica un capítulo precioso a Bahía, afirmando que encontró aquí un Brasil nuevo, distinto del que conocía, algo así como una intensificación de lo brasileño, que le entusiasmó. Julián Marías recalcó que no son muchas las ciudades que le han impresionado tan fuertemente, las que an quedado tan apegadas, tenazmente, a su memoria. La pequeña comunidad de filósofos que conoció en Bahía, de la mano de Antonio Luis Machado Neto, le pareció ejemplar como forma de convivencia y amistad, gracias a la “increíble simpatía y capacidad de comunicación de los brasileños, y principalmente del Nordeste”.
Al tener que despedirme, tras cuatro inolvidables años como Cónsul General de España, comparto este profundo sentimiento de amor y apego a Bahía y a los bahianos. De hecho, me siento como los miles de españoles que desde finales del siglo XIX llegaron a Bahía y se quedaron para rehacer su vida en esta generosa tierra de acogida. En realidad, cumplieron el mayor de los sueños: el de ser feliz. Este es el principal motivo por el cual Salvador de Bahía es la única ciudad y Bahía el único Estado de Brasil donde los españoles somos la primera comunidad extranjera, la más numerosa: porque aquí somos felices. Son muchos los ingredientes de nuestra felicidad, pero sobresalen la alegría, la generosidad y la hospitalidad de los bahianos, su profundo sentido religioso de agradecimiento a la vida, más allá de las adversidades, y el contacto diario con una naturaleza bellísima, colorida y exuberante, empezando por el mar, que entra en Salvador de Bahía con tanto entusiasmo que ha creado la bahía navegable más grande del mundo. En Bahía, uno puede encontrarse en la cuneta y seguir mirando a las estrellas. Solo en Bahía las estrellas resultan tan brillantes y nítidas que parecen perlas sueltas de un collar sin hilo (“pérolas soltas de um colar sem fio”), como dijo el gran poeta baiano y brasileño universal, Antonio Castro Alves.
A ellos, mis compatriotas en Bahía, les dedico este artículo. Ha sido un privilegio representarles y servirles. Son diez mil hispano-brasileños que hacen grande a España en Brasil todos los días. Son nuestros héroes discretos. Sus abuelos y bisabuelos llegaron a Bahía para trabajar y vivir honestamente, dejando a las nuevas generaciones el ejemplo del esfuerzo y la unión. 
Vinieron en barcos cuyos nombres aún navegan en su memoria: el Alcántara, el Santa Cruz, el Cabo San Roque... Trabajaron con esa fuerza que da la voluntad de superación; crearon empresas de todo tipo, por lo que hoy son parte relevante del comercio, la industria, los servicios y los transportes. Para cultivar el amor a su tierra natal, fundaron el Club Español, la Asociación Río Tea y Caballeros de Santiago. Para agradecer a Bahía su acogida y mostrar su compromiso y solidaridad, erigieron el Hospital Español, no reservado a los españoles sino dedicado a todos los bahianos. Tenemos la  satisfacción de que ahora es un centro de referencia en la lucha contra el coronavirus. En Bahía, España es más España. Lo es por estos españoles, orgullo de la epopeya colectiva que fue la emigración española. Lo es por una huella histórica que se remonta a 1625, como recuerda el Fuerte de Santa María, cuya placa de entrada conmemora la llamada flota restauradora, dirigida por el almirante español Fadrique de Toledo. Fue la flota más grande que hasta entonces había cruzado el Atlántico, que consiguió expulsar definitivamente a los holandeses de Bahía. Tal es la relevancia histórica de esa gesta que está inmortalizada en un lugar destacado de la mayor pinacoteca del mundo, el Museo Del Prado, en un cuadro inmenso, “La recuperación de Bahía de Todos los Santos”, que el Conde-Duque de Olivares mandó pintar para que los españoles del futuro no olvidaran nunca el nombre de Bahía.
En estas semanas de despedida, comparto también el sentimiento del poeta brasileño del corazón, Mario Quintana. Tiene razón: las manos que dicen adiós son pájaros que van muriendo lentamente. Siento cada instante que pasa, deseando que no acabe nunca. Cada segundo me parece tan intenso que se petrifica. Sólo en mi reloj las horas van pasando sin sufrir. Bahía es así, de una intensidad que la hace eterna. Despedirse de Bahía es imposible. Porque ya forma parte de mi ser. Bahía es una armadura de recuerdos bonitos para enfrentar el incierto futuro y esa sensación de desamparo estructural que provoca la pandemia del coronavirus. El título de Cidadão Baiano, que tuve el honor de recibir en la Asamblea Legislativa, confirma esta realidad: me llevo a Bahía en lo más profundo de mi corazón, con un agradecimiento eterno. Lo verdaderamente malo de Bahía es tener que irse.