Cartas al director

La misericordia de Dios sana

 Cuando hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios, rescatados de una profunda y oscura fosa, sentimos la necesidad de comunicar el infinito amor de Dios que es el corazón de la Revelación.
El amor de Dios puede irrumpir en una existencia humana y operar verdaderas resurrecciones, justo allí donde todo parecía perdido. La misericordia, esa maravillosa realidad divina, constituye el mayor atributo de Dios, que lleno de compasión y ternura, nos busca a lo largo de nuestra vida, y quiere evitar que vayamos al Infierno, porque nos quiere con Él en el Cielo.
El que ha pecado gravemente, el que ha cometido un mal, podrá intentar acallar su conciencia o buscar justificaciones de cualquier tipo, pero nunca se sentirá libre del mal que ha cometido sin recibir el perdón de Dios. El hombre no puede absolverse a sí mismo. Si quiere ser liberado, un día tendrá que arrepentirse de aquello de lo que es culpable e invocar la misericordia de Dios. Sólo podemos perdonarnos a nosotros mismos y reconciliarnos plenamente recibiendo el perdón de Dios. El sentimiento de vergüenza por haber pecado es el que nos impulsa a mirar hacia la misericordia infinita de Dios manifestada en Jesús.
El perdón de Dios sobrepasa el efímero alivio que nos dan nuestras disculpas ante el pecado. El perdón de Dios extiende un bálsamo sobre nuestras heridas, nos restituye nuestra dignidad, nos devuelve la confianza en Dios y en nosotros. El santo no es una persona que nunca peca; el santo es aquel que tiene tal confianza en la misericordia de Dios que no duda en echarse en sus brazos inmediatamente después de tomar conciencia de su culpa.