El reciente saqueo del balneario de Gutiriz por parte de un grupo de jubilados, que se llevó manteles, cubiertos, albornoces o toallas, es la máxima expresión del hurto caprichoso, que ha llegado a convertirse en cotidiano. La sustracción de objetos, la mayoría innecesarios, se extiende a todo tipo de lugares de uso frecuente como hoteles, hospitales, edificios administrativos, iglesias e incluso en la propia calle y se presenta como una especie de cleptomanía generalizada que convive al margen de la esfera delictiva. Lo que aparentemente no es más que un desliz de escasa importancia, se traduce en pérdidas de miles de euros anuales para las entidades o empresas afectadas.
Uno de los sectores más perjudicados es el de la hostelería. Sólo en hurtos de toallas, el sector calcula una pérdida de unos 2.000 euros al año por hotel. “Son toallas especialmente caras, porque están hechas de un tejido resistente, que permite constantes lavados y que secan a la perfección, por eso el que los clientes se las lleven supone un coste para el establecimiento y más cuando están personalizadas”, afirma César Ballesteros, presidente de la Federación Provincial de Hostelería . Según reconoce, en los establecimientos de hospedaje “se llevan de todo” “a veces por desconocimiento, otras por recuerdo, y en las menos por hacerse con un objeto de valor, como una televisión o un colchón”. Lo dice con conocimiento de causa, como director de uno de los hoteles más emblemáticos de Vigo, el Hotel Bahía. “En una ocasión pillamos a un cliente tratando de llevarse el colchón por el ascensor hasta el aparcamiento, incluso una televisión de las antiguas”, relata. Episodios similares, no obstante, suponen un porcentaje mínimo, otra cosa son las sustracciones de albornoces, toallas o zapatillas, que pueden rozar el 20%. “Hay efectivamente un tipo de zapatillas de menor calidad que están fabricadas para un único uso y que son para el cliente, pero hay otras muy diferentes que se pueden lavar y reciclar, como ocurre con los albornoces y que pertenecen al hotel”. Entre los elementos que más atraen la atención de los visitantes está el set específico de baño, “ consta de elementos destinados para un único uso, gel, champú... y en este caso no sólo pueden sino que nos gusta que se los lleven”. Cosa distinta es lo que ocurre con el sacacorchos, producto estrella, “debe tener un encanto especial porque cuando dejamos una cesta de fruta o una tabla de quesos y una botella como bienvenida, habitualmente desaparece”.
Ante tales circunstancias “ optamos por personalizar nuestros objetos para que por lo menos el cliente cuando los utilice o los vea en casa se acuerde de su estancia y repita, es una forma de contrarrestar el daño”, explica Ballesteros. Al margen de la pura anécdota, la pérdida económica que suponen estos hurtos ha llevado a adoptar otras medidas, “ahora atornillamos todos los elementos de decoración”, porque los cuadros, por ejemplo, eran objeto de especial interés”. De hecho, en otros establecimientos del área decidieron prescindir de ellos en los pasillos, “eran antiguos, muy bonitos y nos los quitaban”, explican desde uno de los hoteles afectados.
Los bares y supermercados se incluyen entre los sufridores. Ceniceros, posavasos o carritos de la compra son junto con servilleteros, las piezas preferidas, explican desde varios negocios vigueses, donde tuvieron que echar manos de algunos elementos de seguridad. Los grandes supermercados colocaron barreras o dispositivos de bloqueo para evitar el hurto de carritos, además de la introducción de moneda, y se extendió el uso, en los baños, de soportes con candado o herméticos para impedir que los usuarios saquen los rollos de papel higiénico, como sucede en las grandes superficies.
Desde bolígrafos, sillas de ruedas, vallas hasta libros de oraciones
El hospital y los centros de salud tampoco se libran del impulso “me lo llevo”. Fuentes del Sergas coinciden con el sector hostelero en que “se han llegado a llevar de todo” incluidas las sillas de ruedas que son utilizadas para los enfermos. Los hurtos cotidianos se cruzan con los más especializados, cuyo objetivo es conseguir beneficio económico. Eso es lo que ocurrió con el robo del sagrario de la capilla, “lo más extraño que han sustraído”, explican dichas fuentes que enumeran otros botines como carteras, bolsos, ordenadores o el propio mobiliario. Frente a esta actividad, los pacientes y familiares que acuden a los hospitales de Vigo acaban cogiendo todo tipo de “menaje sanitario” como empapadores, pañales, esponjas pero también pijamas y camisones del Sergas, cuyo uso a priori resulta un misterio.
En los edificios administrativos, las sustracciones son de los más variopintas, aunque sin duda los bolígrafos son objeto preferido, hasta el punto de que es habitual encontrar ‘apaños’ caseros para atarlos a la mesa con un cordel y evitar que acaben en los bolsos de los visitantes. Así están en los juzgados de Vigo, por ejemplo, donde en una época llegaron a faltar las banderas institucionales.
El nivel de aceptación social de estos hurtos es tal que hasta las iglesias los sufren de sus propios feligreses. Fuentes de la Diócesis de Tui-Vigo explican que es bastante habitual que los fieles se lleven los devocionarios o libros de oraciones y los de cánticos. Aseguran que muchas veces creen o quieren creer que se los pueden llevar, pero el que acude con asiduidad sabe que una vez utilizados en una eucaristía se deben dejar donde estaban. Cada ejemplar cuesta entre 12 ó 13 euros por lo que su reposición supone un gasto para las parroquias.
El coste se dispara si se trata de mobiliario urbano. El Concello incluye esa partida en una general de vandalismo por lo que es complicado especificar pero hay constancia de sustracciones de vallas, plantas y e incluso alguna señal.