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Las otras víctimas silenciadas por la pandemia del covid

Laura y su madre pasan el duelo por la muerte repentina de su padre a los 68 años.
photo_camera Laura y su madre pasan el duelo por la muerte repentina de su padre a los 68 años.
Familiares de fallecidos por otras dolencias se sienten abandonados por el protocolo sanitario: "sólo queremos que no le pase a nadie más"

Empezó con un dolor de espalda durante el confinamiento. Hasta ese momento, no había padecido ninguna enfermedad grave. Tenía 68 años y estaba sano. En pleno estado de alarma, con la alerta sanitaria por el covid, llamó a su centro de salud, en Puxeiros y a través del teléfono su médico le recetó unos calmantes. Pero el dolor aumentaba. 
“Seguían sin atenderle de forma presencial, le cambiaban la medicación, decían que era una lumbalgia. Que tuviera paciencia”.  Laura Sánchez relata con tristeza e indignación los últimos meses de vida de su padre. Su familia siente que ha  sufrido las consecuencias de los nuevos parámetros sanitarios a consecuencia de la pandemia. 
“El confinamiento me pilló en Ibiza. Cuando pude  regresar a mi casa, ya en el mes de julio me quedé helada al ver a mi padre. Había adelgazado muchísimo. No era normal cómo estaba, el deterioro físico era enorme. Una mañana lo escuché. No podía levantarse, así que llamé a una ambulancia, querían trasladarle a un centro de salud pero pedí que lo llevaran al hospital Álvaro Cunqueiro”. Una vez allí, le dieron cita para el traumatólogo, le hicieron una radiografía y todo  normal, no se veía nada extraño. “Tenía que hacerse una resonancia pero la lista de espera era de un año, así que nos planteamos ir por privado”, añade. 
A partir de ahí la situación se aceleró, con idas y venidas a urgencias hasta el último ingreso el pasado 10 de agosto, “mi padre tenía una masa en el pulmón, un cáncer terminal. Ya no salíó del hospital”.
 Para Laura y su madre, lo peor “fueron las tres semanas de agonía, de muchísimo dolor que sufrió mi padre. La enfermedad estaba ahí pero si le hubieran atendido podría haber tenido una muerte digna, sin dolor, en cuidados paliativos. De esta forma, padeció enormemente y nosotros también”. 
Esta familia, que estudia interponer una queja  ante el Sergas, se planteó en su momento acudir a la vía judicial, algo que finalmente desechó  porque “ sabemos que es algo complejo y no buscamos ni queremos ninguna indemnización, nunca pensamos en eso, sólo pretendemos que no vuelva a pasar, que no le ocurra a otras personas. Los protocolos no funcionan, tienen que revisarse” explica y añade que “parece que o tienes covid o te mueres”.  Durante los meses de constantes llamadas al centro de salud “para que le hicieran caso, sólo consiguió pastillas. Unicamente le atendieron una vez de forma presencial, pero insistían en el diagnóstico de lumbalgia y en que era normal lo que le estaba pasando. Sólo con verlo ya sabías que algo no iba bien, apenas podía moverse”. 
Ahora, todavía en pleno duelo, asegura que “el padecimiento para nosotros ha sido doble, primero por una muerte tan repentina, inesperada, y después por la sensación de abandono ante tanto padecimiento que podía haber sido evitable”. 

“Mi padre sufrió muchísimo, no se merecía tanto dolor”

  María prefiere guardar su identidad en el anonimato. Su historia tiene muchas similitudes con el caso de Laura. Ella también perdió a su padre el pasado mes de septiembre, después de casi un año de periplo médico.
Asegura que “hubo una actuación negligente” y coincide en señalar que “el protocolo no funciona”.
En su caso, su padre tenía 83 y estaba operado del corazón. “Era una persona de riesgo, pero llevaba 13 años operado y estaba bien, acudía a sus revisiones anuales y todo normal”. Según explica, hace tres años le diagnosticaron un cáncer de próstata, “la uróloga nos dijo que no nos preocupáramos que de eso no se iba a morir, que para la gente de su edad había un tratamiento. Todo iba bien y anualmente se le hacían análisis. Luego nos enteramos de que los dos últimos ya no estaban tan bien”. El problema llegó el verano pasado. “Tenía un color extraño. Lo tuvieron que operar de nuevo  para cambiarle las válvulas  del corazón, porque tienen una vida útil y él ya llevaba 13 años con ellas. Todo fue bien, pero fue valorado por el traumatólogo y estaba en lista de espera para operarse de la cadera”.
“Él era muy disciplinado hacía bicicleta, salía, pero el confinamiento fue terrible y comenzó a sufrir muchos dolores de cadera y a perder peso. “Llamó varias veces al médico de cabecera para que le diera algo para el dolor, pero la respuesta siempre era, paracetamol y no te desesperes. Si le  hubieran visto el deterioro de febrero a julio fue enorme, ya no podía caminar y estaba muy delgado”, explica. En su caso, considera que “fue víctima de una negligencia por parte de la uróloga, que cuando le vio en julio, no le llamó la atención su estado, los marcadores estaban mal según nos dijeron después en urgencias, pero nos citó para noviembre”. Quince días antes de morir, al padre de esta viguesa se le inflamó la pierna.  La historia acabó en urgencias donde finalmente falleció, “tras pasar mucho dolor”. María afirma que “pondré una queja, para que no vuelva a pasar”.n

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