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Un nuevo renacer del menor de los Granell en la Pinacoteca

Mario Granell fue un pintor de sentimientos, emociones y sensaciones. El gran impacto que le causó la Guerra Civil y su paso por la cárcel quedaron reflejados años más tarde en obras como “Vivencias de una guerra civil” (1978).
photo_camera Mario Granell fue un pintor de sentimientos, emociones y sensaciones. El gran impacto que le causó la Guerra Civil y su paso por la cárcel quedaron reflejados años más tarde en obras como “Vivencias de una guerra civil” (1978).

Vigo, donde Mario falleció en 1991, acoge la única exposición montada en Galicia por los cien años de su nacimiento

Eugenio es el más conocido, pero Mario es el que mayor vínculo tiene con Vigo, ciudad en la que pasó  24 años, repartidos en dos etapas de su vida, y donde actualmente reside su hija. Hasta el 17 de mayo, la pinacoteca Francisco Fernández del Riego muestra una retrospectiva del artista, comisariada por Xosé Ballesta, director del Museo Municipal de Castrelos.  Señala que  “el objetivo de esta muestra es reivindicar su figura y recuperar su legado”. 
Para Ballesta, Mario es el ejemplo de que “a veces la historia juega malas pasadas condenando al olvido” a ciertos personajes. Considerado surrealista al igual que Eugenio, señala que son estilos completamente diferentes: “Evitando cualquier comparación entre hermanos, de Mario se puede decir que a lo largo de su trayectoria absorbe influencias y desarrolla un lenguaje muy personal y siempre reconocible”. 
Su periodo de madurez artística corresponde con su estancia en la emigración venezolana (1957/ 1981): “En total libertad física y de espíritu, surge el gran  Granell, apoyado por un importante prestigio social, pinta sus mejores obras”, señala Ballesta. “Monxas e claustros” o “As fiadeiras” son algunos ejemplos caracterizados por figuras estilizadas, anónimas, sin rostros e integradas en una intensa composición, sin elementos superfluos. 
La última etapa de su vida, de 1981 a 1991, la pasa en Vigo, donde pareja a su estilo más “comercial” experimenta con la pura abstracción, la superposición cromática y formal. “Fascina su dominio de la técnica pictórica, de la composición y del uso del color; es un pintor maravilloso que urge ser reconocido”, asegura el comisario. La muestra está compuesta por fondos propios (tres cuadros de Castrelos), por préstamos de la colección de A Fundación, de A Banca, de Fernández del Riego y de particulares. Ballesta confiesa que resultó complicado reunir las obras “porque no existe un catálogo de su obra, ni un estudio crítico sobre el autor; a su muerte cayó en el olvido”. Esta falta de investigación ocasionó que no se incluyesen cuadros atribuidos a su primera etapa, pero sin confirmar. La muestra sigue un discurso cronológico, que incorporan en los primeros tiempos una referencia directa al entorno del artista. Está distribuidas en cinco salas concebidas como cinco renaceres diferentes que el propio autor reconoció haber vivido. Comienza por la niñez a la juventud, donde se exhiben seis pequeñas témperas. Se completa con obra de Maside, Castelao, Arturo Souto, Díaz Baliño y Federico Ribas, además de fotografías y textos familiares. “Mi hermano Mario era en Santiago la figura más popular de toda la familia. Nos regocijaban sus salidas de humor”, recogía Eugenio en sus memorias. La segunda y tercera sala muestran su época más dura. Con una puesta en escena oscura con paredes grises y techos bajos recoge su paso por la cárcel y su primera etapa en Vigo (1943/ 1957). Como muralistas, decorador y cartelista, muestra trabajos de supervivencia.
La luz llega a la cuarta y quinta estancias con su momento de esplendor. La pieza que cierra la exposición es el último dibujo hecho sobre su mesa de trabajo poco antes de morir. n

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