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Episodios vigueses que se deben recordar

El Premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal fue médico militar en la campaña de Cuba. En sus autorizadas memorias, como uno de los últimos defensores de nuestro vestigio colonial, nos dejó un desolador testimonio de la corrupción y la ineficacia del Ejército español y de la situación de penuria y abandono de unos desdichados soldados que mueren más por enfermedad y desnutrición que por las balas de los insurrectos

Don Santiago descubrió, al llegar a la enfermería San Isidro, en la Trocha del Este, que los alimentos que debían ser destinados a los soldados enfermos eran cuidadosamente desviados por rancheros corruptos y oficiales sin conciencia, que se lucraban y enriquecían con este infame negocio. De suyo, morían más soldados por enfermedades mal tratadas que por las balas de los mambises.

La lección que dio Vigo
Tras el final del desastre y la rendición, los soldados que han defendido Cuba fueron repatriados enfermos, muchos de ellos fallecieron por el camino y fueron sepultados en la mar. Cuando los transportes donde sobreviven hacinados llegaron a Vigo, nada, salvo la caridad pública, la Cruz Roja o la solidaridad popular estaba dispuesta para recibirlos. Faro de Vigo, decano de la prensa nacional, da cumplida cuenta de las patéticas escenas que se suceden en los muelles.
La tropa fue obligada a permanecer largas horas en los barcos antes de ser desembarcada, en el mejor de los casos de que el transporte trajera “patente limpia” y no hubieran de pasar interminables cuarentenas en el Lazareto de San Simón.
En uno de estos transportes regresa el general Toral, el mismo que ha rendido Santiago de Cuba. Este militar, que no ha sabido conducir a sus soldados a la victoria, ni siquiera tiene la gallardía de compartir dignamente con ellos el infortunio.
Tan pronto como el “León XIII”, buque en el que viajan, atraca en Vigo, el general Toral, sin esperar a que sean desembarcados enfermos, heridos o fallecidos, salta a tierra y se aloja en un hotel. Cuando la población se entera del vergonzoso comportamiento del general se produce un motín popular de tal envergadura, que Toral ha de regresar a bordo. Pero el relato completo de cómo son tratados los pobres soldados repatriados es todavía más esclarecedor
Reproducimos el relato de Antonio Giráldez Lomba, quien tras estudiar minuciosamente el asunto, publicó el libro “El año del “Desastre” 1898 en Vigo” (Instituto de Estudios Vigueses, Vigo, 2000, págs. 256-257):
Abordo, sobre la cubierta del buque, se veía a los repatriados apiñados y deseosos de saltar a tierra.  Cada vez había más soldados que pedían con insistencia agua para beber y uno de los que pedían agua fue agredido por un oficial.  El capitán repatriado, Sr.  Rodríguez, del primer batallón de Simancas, había dado un golpe con su sable a un soldado del pasaje del "León XIII" por el "delito" de haber pedido este recluta agua a los que se hallaban en el muelle.  La agresión, que produjo al soldado Marcelino Martínez, de la 43 compañía del segundo batallón de Simancas, un profundo corte en la oreja, no pasó desaper-cibida para la multitud.  La ola de protestas crecía y el alboroto se hacía mayor.  Numerosos grupos, compuestos fundamentalmente por mujeres, en los que se escuchaban acusaciones contra las autoridades y contra la compañía ejecutora del regreso, la Trasatlántica, se dirigieron al edificio del Gobierno militar para reclamar el desembarque de la tropa.  Los ánimos parecieron apaciguarse un poco cuando el general Núñez anunció su disposición a permitir el desembarque.
Pero la revuelta popular aún no había concluido.  Hacia las 13.00 un grupo numerosísimo de personas apareció frente al Hotel Continental, donde se hospedaba el jefe de la expedición que conducía el "León XIII", el general Toral, el mismo que había firmado la capitulación de la plaza de Santiago de Cuba.  Quizá fue la falta de tacto de este militar lo que exasperó la ira popular hacia su persona.  Había sido el primero en saltar a tierra del buque, apresurándose a albergarse en su hospedaje sin aguardar a que antes fueran atendidos los soldados enfermos.  Los manifestantes, que llegaron a sumar hasta un millar de personas, se congregaban ahora frente al Hotel Continental clamando entre gritos porque se permitiera el acceso al trasatlántico para asistir a los repatriados.  A este clamor se sumaba la acusación otra vez contra la Compañía Trasatlántica por las pésimas condiciones en que habían llegado los repatriados.  El tumulto adquiría por momentos caracteres de verdadera gravedad.
Relata Antonio Giráldez, con la precisión de quien fuera casi un testigo presencial, el desarrollo de los acontecimientos, lo que permite que, como en una película, conocidos de todos los escenarios donde se desarrolla, podamos situarnos como un espectador en directo, sintiendo la emoción vivida en aquellos decisivos momentos.
Desde el hotel, los manifestantes se dirigieron otra vez al muelle para esperar El desembarco de los repatriados, pero allí fueron interceptados por fuerzas de Carabineros y de la Guardia Civil.  No obstante, los vecinos las arrollaron.  Poco después llegaba al muelle el coche del gobernador militar de la plaza conduciendo al general Total, obligado a reembarcar en el vapor que lo había traído a España.  Los manifestantes recibieron con silbidos al gobernador militar y apedrearon su coche.  Medio a escondidas el general Total tomó una lancha para trasladarse de nuevo al "León XIII" y rectificar así el error de abandonar la nave antes de que lo hiciese el último de sus hombres.  Los manifestantes apedrearon también esta lancha al tiempo que pedían a gritos que desembarcasen a los soldados y, cuando vieron a bordo al general Total, no cedieron en su actitud y siguieron arrojando piedras, ésta vez al buque, logrando romper gran número de cristales del vapor.
Los que regresaron del puerto siguieron arrojando piedras a otros edificios y a las bombas del alumbrado público.
El general Toral, cuya vida en el futuro quedará marcada por el recibimiento que se le hace en Vigo, es un personaje trágico en esta historia, pero puntual reflejo de la clase de Ejército que era aquel por lo que respecta a sus mandos superiores, responsables de la propia suerte de los pobres soldados. Sin duda, la vergüenza que le hicieron sentir los vigueses y que le acompañaría toda la vida, se dio cuenta de que la población indignada podía ir más lejos. Y en ese sentido, Giráldez añade:
El general Toral ya no quiso desembarcar de nuevo en Vigo y tomó después desde el trasatlántico una lancha que lo condujo a Redondela para esperar allí el tren de Madrid.  También en Redondela el pueblo lo identificó, haciéndole objeto de otra manifestación hostil en la estación.
En Vigo, la tregua a un escándalo que pudo haber desembocado en un conflicto de mayores dimensiones la puso sobre las 14.00 el comienzo del desembarque.  La Cruz Roja ya podía ahora ejercer su labor y lo hacía socorriendo a los enfermos y alimentando a los más delicados.  Duró bastante el desembarque y cuando la cubierta del buque quedó despejada se sacó a los enfermos.
Este episodio, lamentable, figura en todas las memorias, antologías y recuerdos que se han publicado desde entonces en Vigo y forma parte de ese substrato popular y común que conforma la respuesta popular ante determinados estímulos.n
 

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