San Martiño, en el archipiélago de las Cíes, está prácticamente desierta y cuenta con una colonia de gaviotas de notable agresividad y un cabo muy llamativo
Las Cíes son tres grandes islas, dos de ellas casi siempre unidas por un dique y una barra de arena -pero no siempre, cuatro o cinco veces al año el mar divide las dos dos centrales, acaba de ocurrir este mes- y una tercera, San Martiño que resulta una completa desconocida para todos. La mayoría de los vigueses han estado en alguna ocasión en la playa de Rodas, pero muy pocos han podido desembarcar en la Isla Sur y muchos menos caminar por su interior. Por la sencilla razón de que para desembarcar es necesario contar con un yate y un bote para llegar a la playa ante la inexistencia de atraques, salvo uno de servicio de la Autoridad Portuaria y el Parque Nacional Islas Atlánticas, que conduce a Cabo Bicos. Otro lugar desconocido pese a su intensa relación con Vigo de la que hablaremos más adelante.
Dentro de la isla no hay caminos ni apenas pistas, con excepción del acceso al faro y un corto sendero de la playa a los restos de un molino, así que caminar es una aventura. Ambos lados, el que da a la Ría y el que da al Atlántico, presentan laderas con fuertes pendientes, casi imposible para moverse, y peor el centro, con vegetación tupida, toxos y árboles. Todo parece a propósito para que nadie camine por la Isla Sur, salvo los pájaros que anidan, sobre todo cormoranes y gaviotas, de una agresividad llamativa. Y en realidad, es así: la isla es un refugio y está vetada al hombre, salvo la playa de 500 metros y poco más.
Allí se encuentra todo que San Martiño ofrece a los escasos visitantes: un arenal, dos viviendas, una de ellas habitada, y los restos de un molino y de una factoría de salazón que estuvo en explotación durante el siglo XX. Y poco más. La casa habitada, construida antes de la creación del Parque Nacional, pertenece a una familia de Vigo (un matrimonio) muy reacia a conceder entrevistas, pese al interés ser dos de los tres ciudadanos que figuran legalmente empadronados en las Cíes, y por tanto, isleños vigueses, así que se respeta su decisión. El tercero, “Chuco”, vive en la Isla Norte, al pie de otra playa, Rodas, el paraje más famoso de las Cíes, donde al parecer habría desembarcado el mismísimo Cayo Julio César, un 24 de agosto del año 60 antes de Cristo.
Sobre la zoología de San Martiño, decir que estuvo amenazada por la presencia continua de visones americanos que llegaron a nado desde Baiona, donde había una granja peletera de la que escaparon algunos ejemplares. Y otros fueron liberados por ecologistas radicales. El resultado fue una catástrofe: los visones, grandes nadadores, se plantaron en la Isla Sur y la señorearon, derrotando a las gaviotas, hasta ese momento las auténticas dueñas del terreno. Personal del Parque Nacional, explica su director, José Antonio Fernández Bouzas, a quien todos llaman “Pepín”, pasaron meses instalando trampas para cazar a los mamíferos y el trabajo ha dado resultado. “Creemos que la isla está al fin libre de visones, ha sido muy difícil”, explicaba durante el viaje desde Vigo hasta el archipiélago vigués. Las gaviotas vuelven a mandar y lo hacen con contundencia: poco o nada acostumbradas a que haya visitantes, se comportan con estruendo y agresividad, más aún que sus hermanas de la Isla Norte.
Estar en San Martiño produce una curiosa sensación de soledad -real, porque no hay nadie salvo los pocos que bajan a la playa en su yate- estando a unos pocos kilómetros de la ciudad. En la isla no hay nada: ni un manantial, ni un lugar donde poder comer. Nada en absoluto, salvo los contados turistas que fondean en las proximidades, algunos de los cuales se animan a bajar a la costa, sólo hasta la playa, que normalmente está desierta. Por cierto, es más o menos nudista, como Figueiras o de los Alemanes en la Isla Norte, también llamada de Monteagudo.
El reportaje se podría titular algo así como “La isla de las gaviotas salvajes”, pero siendo llamativo por su agresividad el comportamiento singular de las aves, lo es más el Cabo Bicos, quizá la clave de todo. Los investigadores han concluido que el nombre del extremo donde se levanta un faro, sería originalmente Bico y nada tendría que ver con la palabra gallega para “beso”, sino con un origen quizá céltico o en todo caso pre-romano. El historiador local César González Crespán ha conseguido trazar un mapa de la ruta "Per loca Maritima" que señala el paso de las embarcaciones por el Cabo Bico, que describe frente del castro homónimo de la vecina urbe, que sería Burbida. El castro dio nombre al cabo y ésta designaría a todo el conjunto como Bico o Vico. Andando el tiempo sería Vigo, en tanto que el núcleo romano, Burbida, derivaría en Berbés, el barrio marinero donde nació la ciudad viguesa. El relato es coherente y cuenta con pruebas y ha sido publicado en la revista especializada “El nuevo miliario” .
Durante tiempo se creía que en el itinerario Per Loca Maritima aparecía un Vicus Spacorum que sería "aldea de los Spacos", la actual Vigo. Crespán no lo cree. "En la ciudad de Vigo se han encontrado 28 castros, uno de esos castros, llamado Bico, es el actual Castro, y creo que por importancia sirvió de nombre colectivo para los restantes. En esa zona habría una tribu, los Caporos, y de ahí podría llegar el nombre Vicos Caporum", señala. Las pruebas parecen contundentes y apuntan a la relación directa entre Vico y Cabo Bicos por estar en línea el castro con la Isla Sur. Así que la ciudad debería su nombre al promontorio de las Cíes y no a un Vicus, una aldea. La Isla que dio nombre a Vigo.
