Episodios vigueses

El cáustico humor del secretario del Ayuntamiento de Vigo

Francisco Suárez Morán, segundo por la izquierda.
photo_camera Francisco Suárez Morán, segundo por la izquierda.

Francisco Suárez Morán fue durante muchos años secretario general del Ayuntamiento de Vigo y le tocó vivir la etapa histórica del final del franquismo y la primera fase de la democracia. Hombre de notable inteligencia y cáustico sentido del humor, nos legó frases y momentos entrañables en las etapas de los alcaldes Antonio Ramilo, Joaquín García Picher y Manolo Soto. En este último tiempo, a comienzos de los años 80, solía decir que, desde su experiencia, cada corporación que había conocido era peor que la anterior, pero que la del compañeiro Soto, que se inicia en 1 979, iba adelantada y ya correspondía a la del año 2 050. Eran tiempos en que todavía el secretario podía advertir o poner tacha de ilegalidad ante acuerdos peregrinos o las frecuentes aprobaciones de gastos sin consignación. Sabía que en ocasiones se bordeaba peligrosamente la legalidad, pero como estábamos en un periodo de transición, era normal que con frecuencia las costuras de determinados acuerdos estuvieran a punto de estallar. Todavía funcionaba entonces un servicio de asistencia y asesoramiento de las corporaciones locales. Hoy, a mi entender, tan necesaria o más que entonces.

Al repasar ahora mis artículos de viejo cronista municipal descubro momentos especialmente interesantes en la historia de esta ciudad. En ese sentido, en tiempos de Antonio Ramilo, cuando las corporaciones se elegían o nombraban a través de aquel sistema corporativo de los tres tercios del llamado “Movimiento” (familia, municipio y sindicato o corporaciones), hubo cuatro verdaderos mosqueteros, casi todos ya fallecidos, que constituyeron una notable excepción y que animaban con sus intervenciones los plenos municipales, en un contexto que no era especialmente democrático. Me refiero a Pablo Padín, Antonio Alonso, Nieto Figueroa “Leri” y Cameselle.

El más arriesgado de todo era, sin duda, Pablo Padín, quien por su formación estructuraba con solvencia sus argumentos críticos. Curiosamente, en un primer momento, Antonio lo nombrara teniente de alcalde, creo recordar que de transportes y comunicación, pero no tardaría en ser cesado a través de un motorista porque no le bailaba al señor alcalde a su ritmo musical. Hay además una historia añadida, cuando Padín descubrió que la empresa suministradora del material de oficina para las dependencias municipales facturaba al Ayuntamiento los bolígrafos al doble de su precio real. Cuando se sometían a aprobación las cuentas, el voto de Padín, tras denunciar el atropello, siempre era en contra. Pero siguieron pagándose a 14 pesetas, bolígrafos que valían 7.

Cuando Joaquín García Picher sustituyó a Ramilo, aquellos cuatro mosqueteros quedaron reducidos a tres, pues Cameselle abandonó el grupo. Por cierto, que Picher ha sido, de los alcaldes que he conocido, uno de los más trabajadores y que más tiempo dedicaba al concello y quien tenía una clara política de comunicación. Le tocó, además, vivir la transición y recibir la primera visita a Vigo del rey Juan Carlos. Digo que era un hombre muy trabajador. Los sábados convocaba en el Ayuntamiento unas conferencias de prensa abiertas, para analizar cómo iba la ciudad y responder a todas las cuestiones que se le planteaban. Lo recuerdo con respeto y simpatía y creo que fue un buen alcalde para un momento histórico. Así que los periodistas no teníamos más remedio que acudir a sus convocatorias.

Pero volviendo a don Francisco Suárez Morán, recuerdo que vivía en el hotel Lisboa (creo recordar que estaba soltero) y era persona muy discreta. Me gustaba mucho observar la cara que ponía en los plenos, en la vieja casa consistorial, cuando escuchaba alguna de las ocurrencias de algunos de aquellos concejales. En el reducido salón de sesiones, aparte de la corporación, apenas quedaba sitio para el público los cronistas municipales, que nos colocábamos al fondo del salón frente a los ediles. Fuimos testigos de aburridos plenos, pero de sesiones memorables, cuando en medio de la rutina habitual surgían las voces de alguno de aquellos cuatro valientes que alzaban su voz con argumentos y decisión. Y eso forma parte de la mejor historia cívica de Vigo.

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