El acusado del crimen de Chapela: “Lo maniaté para robarle y lo dejé vivo”

El acusado, ayer, durante el juicio en Vigo.
photo_camera El acusado, ayer, durante el juicio en Vigo.

El chapelano juzgado ayer en Vigo por matar a su “camello” negó los hechos ante el jurado: “Le rogué que me fiara pero se negó”, señaló sobre el conflicto de drogas que motivó el crimen

Cansado porque dijo que apenas “había dormido” la noche previa al juicio, visiblemente medicado y  encomendándose a Dios mediante una persignación previa a prestar declaración, Manuel M. negó ayer haber matado a su vecino y proveedor de droga en Chapela en enero de 2021. Durante su testimonio, en el primer día del juicio con jurado que se sigue en la Audiencia en Vigo, el acusado, que se enfrenta a 18 años de cárcel, sí admitió haber estado en la vivienda de Roberto, la víctima de 51 años,  haberlo cogido por el cuello para una vez en el suelo, maniatarlo y amordazarlo, pero dijo no haber acabado con su vida. Insistió de forma reiterada en que  cuando abandonó la casa, Roberto seguía vivo. 

Su relato de los hechos comienza el 27 de enero de 2021,  tres días antes del  hallazgo del cadáver en el propio inmueble del fallecido. Manuel M. explicó que ese día necesitaba consumir. Dio cuenta a través de las preguntas de su letrado de la enfermedad psíquica que padece  a consecuencia de consumo de estupefacientes que comenzó con solo 7 años a base de alcohol, tabaco y  porros y que se asentó a los 16 con la cocaína y otras sustancias.  

Conocía a Roberto de toda la vida y llevaba un año comprándole dosis. Esa noche, sobre las 22,00 horas, le llamó para ir a comprar a su vivienda en  la avenida San Telmo en Chapela, aunque no tenía dinero. “Le iba a pedir que me fiara, alguna vez lo había hecho”, señaló. Cuando llegó a la casa, la puerta estaba entreabierta, era el modo de proceder de la víctima cuando acudían los compradores. “Estaba sentando en la mesa, le dije si me podía hacer un gramo hasta el día  siguiente, que necesitaba consumir, pero él me dijo que no fiaba y que para qué iba si ya lo sabía”.  Según afirmó “le supliqué, pero se negó, entonces me fui al baño, cogí unos guantes de látex que tenía por el covid y me acordé de una cinta de embalar que llevaba en la mochila de un trabajo que había hecho unos días antes con un amigo”. A continuación, Manuel entró de nuevo en el salón. “Fui a reducirle para quitarle la droga, le agarré por el cuello con el brazo y los dos nos caímos al suelo, él llegó a morderme el dedo, y conseguí atarle las manos y piernas, entonces me dijo: ‘¿Qué quieres que te lo doy?’, le registré los pantalones y no encontré nada. Para que no gritara le puse la cinta adhesiva en la boca y me fui a su habitación, cogí de una caja de caudales 5 ó 6 gramos de cocaína, dejé al perro encerrado en la habitación, me llevé su móvil y las llaves y cerré la puerta”. 

Aunque afirmó que “no se movía, estaba vivo porque me seguía con la mirada”.  Después, arrojó el móvil y las llaves al río, pero al día siguiente, el viernes, “por error, llamé a su teléfono y vi que daba señal, pensé que lo había apagado, así que fui a dónde lo había tirado, lo recuperé, le quité la batería y lo escondí en un monte junto a mi casa”.  Sí aseguró que horas después de lo ocurrido volvió a pasar en el taxi de un amigo por la casa, para ver si había movimiento.  “No me entregué a la Policía porque sabía que no lo había matado, que en la casa entró alguien después que yo”.  Manuel M., en prisión provisional, quiso en principio contestar a todas las preguntas, pero, en mitad del interrogatorio de la fiscal, se negó a continuar, “no sé qué más explicaciones darle”, sentenció.

En el suelo, con la cabeza tapada con un chaleco y un plato de pescado en la mesa

Tras el acusado prestaron declaración seis policías que acudieron el sábado 30 de enero a la vivienda de Roberto. Todos señalaron que fue una llamada al 091 la que alertó de que habían visto a la víctima desde la ventana tendida en el suelo y maniatada. Al llegar, los agentes rompieron la puerta con una maza. Se encontraron el cadáver  en el suelo, boca arriba, maniatado y con la cabeza tapada con un chaleco rojo. Fue una amiga de la víctima la que dio la voz de alarma. Según dijo, “solíamos quedar para pasear los perros. Me despedí de él el miércoles en la playa, el jueves no tuve noticias y el viernes no me cogió el teléfono. El sábado insistí y al salir del trabajo, preocupada, llamé a otro amigo y fuimos a su casa”. Explicó que se escuchaba ruido desde dentro, (todos coincidieron en que estaban la radio y la televisión encendidas). “Entonces, rompimos un cristal de la puerta y le vimos tumbado y maniatado y llamamos a la Policía”.  Sobre la mesa había un plato de comida, “pescado cocido con patatas”  (nadie habló sobre el estado de la comida) y dos sillas tiradas. “Era rara la posición del plato porque él siempre comía mirando a la puerta”, dijo la amiga.  Supuestamente, llevaba tres días muerto, pero en la habitación donde quedó el perro encerrado no había rastro de heces ni orines.  También los testigos señalaron que Roberto tenía problemas para respirar y tragar por una traqueotomía y se le notaba.

La intervención del jurado genera las primeras dudas

Los cinco hombres y cuatro mujeres que componen el jurado popular demostraron un gran interés. En la primera sesión, realizaron seis preguntas y la mayoría fueron  de tal importancia que llegaron a generar las primeras dudas sobre los hechos. El fiscal señala que fue un ataque sorpresivo, pero un miembro del jurado preguntó a la Policía si tal y como estaba el plato con comida en la mesa, la víctima vería el resto de la casa, al agresor salir del baño. La respuesta fue afirmativa. También, fue perspicaz otra cuestión sobre las llamadas con tono  al móvil realizadas por la amiga de Roberto el sábado, ya que según Manuel ese día ya no tenía batería.

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