Sociedad

Convenciendo a George Martin

El homenaje  por los cincuenta años de los Beatles congregó a cientos de fans.
photo_camera El homenaje por los cincuenta años de los Beatles congregó a cientos de fans.
Fue por tanto McCartney quien se planteó con el mayor pragmatismo la necesidad de afrontar lo que él mismo estaba convencido de que sería el trabajo del adiós. 
No aspiraba a recuperar la relación de hermandad y cariño sincero que había unido a los cuatro durante los seis primeros años de trayectoria, pero sí creía necesario volver a unir la banda para una digna y necesaria despedida acorde con la categoría y el peso específico de los Beatles como mejor agrupación del universo pop. Un disco que cerrara el círculo y que permitiera, tanto a él como a John, George y Ringo, expresar la desbordante capacidad que todos ellos tenían para crear música e interpretarla como nadie lo había hecho. Paul lo creía posible, sabía que aún quedaban toneladas de talento, se encontraba a sí mismo maduro, experimentado y lleno de ideas, y estaba seguro de que, por muy mal que se llevaran entonces, metidos en un estudio y haciendo lo que mejor sabían hacer, eran incomparables. Tras un tiempo de reflexión, una mañana de principios de abril, se sentó en la mesa de su domicilio en el 7 de Cavendish Avenue –a cuatro pasos de los estudios- y levantó el auricular. Marcó el número de George Martin, le pidió que no colgara y, echando mano de todos sus encantos y sus múltiples dotes de persuasión, le explicó la necesidad de afrontar un nuevo disco y le rogó que se hiciera cargo del proyecto, “como en los viejos tiempos”, le animó.
George Martin trabajaba ya como productor independiente, -también Emerick se había independizado de EMI- le sobraban las estrellas que deseaban trabajar con él, había cimentado una justa fama, y ocupaba, gracias a su práctica, a su pericia y a sus muchos conocimientos,  una posición de privilegio. Las últimas experiencias con los Beatles habían sido ingratas, porque al menos tres de ellos consideraban haber adquirido la sabiduría suficiente como para despreciar sus criterios, tratarlo con desdén y prescindir frecuentemente de sus consejos. Las situaciones habían sido especialmente desagradables con el propio McCartney, cuyas innegables virtudes se equiparaban ya a su propio y desproporcionado ego. Por tanto, y antes de aceptar la labor, puso los puntos sobre las íes expresando muy claramente que si se volvían a reproducir los malos modos y las faltas de consideración, se plantaría al momento. Paul lo aceptó todo y se puso a disposición del maestro. “¿John también está dispuesto?” preguntó Martin. McCartney dijo que sí. “Pues entonces, -respondió Martin- vamos a por ello”. Se llevó con él a Geoff Emerick, quien también aceptó volver.
El día 1 de julio de aquel año 1969, las puertas de Abbey Road se abrieron de nuevo para sus hijos pródigos, quienes se rencontraron con la magia y el calor de aquel templo del saber musical mágico y misterioso, tras la desastrosa experiencia de un estudio propio supuestamente habilitado por un trilero caradura llamado Alex Mardas en Saville Row, capaz de subyugar a John Lennon. Ese día, el único que se presentó a la cita fue Paul McCartney, quién se sentó al piano como había hecho durante años y como si no hubiera existido aquel desagradable paréntesis, y comenzó a desgranar los acordes que se traía de casa para esbozar “You never give me your money”, una pieza inspirada en la desconfianza que le transmitía Allen Klein, el manager elegido por los otros para sustituir al fallecido Brian Epstein, quien contaba historias fabulosas sobre ganar fortunas sin que por ningún lado apareciera el dinero. Paul prefirió depositar sus intereses en el bufete que regentaban su suegro y su cuñado, uno de los motivos que desataron una guerra furiosa por desacuerdos económica entre ellos.
George y Ringo llegaron frescos y pimpantes al día siguiente, pero John no se incorporó hasta el día 9. Por esas fechas, John, su hijo Julian, Yoko y su hija Kioko, habían decidido acercarse a Escocia para visitar a una de las tías de Lennon. Miope perdido, dubitativo e inexperto, Lennon era uno de los peores conductores del mundo, las carreteras de Escocia son estrechas y además estaba lloviendo. Se puso nervioso en un cruce con un automóvil en dirección contraria, pisó el freno y, tras un patinazo,  el Austin Maxi Leyland blanco que conducía se estrelló contra las salvaguardas de la cuneta. A John le dieron dieciséis puntos de sutura en el rostro, a Yoko, catorce, a Kioko cuatro y Julian salió ileso. Estuvieron una semana en el hospital. Su ex mujer, Cynthia voló a Escocia el día siguiente del percance, agarró a Julian por el brazo y se lo llevó a casa sin siquiera dar los buenos días.

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