El “verdadero” aloe

Una maceta con un aloe vera.
photo_camera Una maceta con un aloe vera.

El Áloe o aloe, cuyo nombre científico es Aloe vera o Aloe barbadensis, es decir, de la isla de Barbados, es una especie de la familia Asphodelacéas, probablemente originaria del nordeste de África y de la Península Arábica, que crece de forma silvestre en regiones áridas, tropicales y templadas de todo el mundo, incluido el Mediterráneo. No tolera el frío y las heladas le causan daños irreversibles. Tampoco tolera el exceso de humedad. Crece con normalidad a pleno sol o en semi sombra. Se le conoce también con los nombres de alovera, azabila, gamonita, pita, sábila, yerba babosa, zabida, zabira, zadiva o zambana.

Se trata de una planta suculenta, es decir, capaz de almacenar agua en sus hojas carnosas, lo cual le permite sobrevivir en condiciones de extrema aridez. El nombre tiene su origen en el árabe alloeh que significa “sustancia amarga brillante”. El epíteto vera deriva del latín y significa “verdadero”.

Su única raíz se clava fuertemente en la tierra. Las hojas, perennes, están situadas en la base de la planta. Son lanceoladas y gruesas, de color verde-grisáceo. Sus bordes presentan pequeños dientes, a modo de espinas, dispuestos de manera irregular y separados unos de otros. Si seccionamos una de estas hojas transversalmente, veremos que tiene tres capas: una capa gruesa exterior que tiene una función protectora, una intermedia de látex amarillo o marrón, muy amargo y de olor fuerte, llamada acíbar y un gel, que es la pulpa situada en la parte más interior, transparente brillante y amargo. Las flores, que se presentan en inflorescencias, son tubulares amarillas o anaranjadas. La floración no se produce hasta los tres o cuatro años de edad. Los frutos son cápsulas que contienen numerosas semillas.

Su uso se remonta a hace miles de años. Estaba considerada como una planta panacea o “sanalotodo”. Una de las aplicaciones farmacéuticas más antiguas se encuentra en una tablilla sumeria de arcilla del siglo XXI a. C. Del antiguo Egipto, se han conservado sus representaciones en los muros de piedra del Valle de los Reyes. En el papiro Ebers, redactado cerca del año 1550 a.C. se mencionan sus efectos beneficiosos. Además, el áloe formó parte de los productos de belleza de las reinas egipcias Nefertiti y Cleopatra. Se usaba asimismo para embalsamar cadáveres, por su efecto bactericida y fungicida, motivo por el que se le conocía con el nombre de “planta de la inmortalidad”. Dioscórides registró su uso terapéutico y la señaló como una de sus plantas preferidas. En la cultura japonesa los Samurai la utilizaban como ungüento. Y se sabe que Alejandro Magno mandaba tener siempre esta planta para curar las heridas de los guerreros. En la Alta Edad Media, la monja benedictina Hildegarda de Bingen la describió como remedio para la ictericia, enfermedades estomacales y migrañas. E incluso Cristóbal Colón llevaba en sus carabelas plantas de áloe vera para curar las heridas de los tripulantes. Hay también numerosas referencias de esta especie en la Biblia. Así, por ejemplo, en el libro de los Proverbios se dice: “he perfumado mi cama con mirra, con áloes y cinamomo”. Y en el Nuevo Testamento encontramos una de las citas más significativas, la del evangelista Juan, quien narrando el desenclavo y la sepultura de Jesucristo, afirma: Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos (Jn 19.39).

El áloe es un excelente remedio en caso de quemaduras menores. Para ello se aplica directamente la hoja cortada sobre la zona afectada. Este era el motivo por el cual nunca faltaba una planta de áloe vera en los hogares. Las amas de casa lo aplicaban inmediatamente en caso de quemaduras, sobre todo cuando se producían en las tareas de cocina. Una vez cortada, la hoja mantiene sus propiedades durante varios días si se conserva en un lugar fresco.

Actualmente, el uso del Aloe vera está de moda. Algunos países lo cultivan comercialmente a gran escala, ya sea como planta decorativa, o para usos en medicina, cosmética e incluso alimentación. Así, suele utilizarse como componente de bebidas, yogures, y postres, así como también de lociones para la hidratación de la piel, ungüentos o gel. Posee, asimismo, propiedades sedativas y somníferas, y tonifica el cuerpo. El látex de aloe se usa también para aliviar el estreñimiento. Según la medicina tradicional, bebido en cantidad de dos cucharadas con agua fresca, purga el estómago. Aplicado en modo de emplasto con miel, hace desaparecer los moratones y alivia las inflamaciones de los párpados. Aplicado en las sienes y en la frente con vinagre y aceite de rosas, cura las jaquecas. Mezclado con vino, detiene la alopecia o caída del cabello. Y con miel y vino, alivia los dolores de garganta y encías, así como las heridas de la boca. También se usaba para combatir la diabetes, heridas crónicas en las piernas, infecciones parasitarias, artritis, erupciones cutáneas, psoriasis, herpes labial o acné. En cosmética se usa para elaborar productos de maquillaje, jabones, protectores solares, cremas de afeitar o champús.

La planta se usa además con fines decorativos, ya sea en jardines o en interiores en macetas porosas, a fin de evitar el exceso de humedad. Es conveniente dejar secar completamente la tierra antes de volver a regar. En época invernal, el áloe puede entrar en una especie de periodo de inactividad o latencia, por lo cual no necesita ser regada. Con el tiempo, alrededor de la planta madre nacen una serie de plantitas que se deben trasplantar para posibilitar un mayor crecimiento de la planta principal y, al mismo tiempo, para tener otros ejemplares. ​

El uso del gel de aloe vera no está asociado con efectos secundarios significativos. ​ No obstante, su ingestión oral es potencialmente tóxica, pudiendo causar diarrea. En personas con alergias puede producir enrojecimiento de la piel y picazón leve. Su uso está contraindicado en casos de embarazo. El extracto de hoja entera de aloe vera ha sido clasificado como un posible carcinógeno humano.

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