Asuntos globales

Crece la violencia entre Palestina e Israel

Los palestinos protestan contra los asentamientos de Israel en Nablús.
photo_camera Los palestinos protestan contra los asentamientos de Israel en Nablús.

Si me pidieran que concretara en una sola palabra lo que más me había sorprendido y me sigue sorprendiendo después de los frecuentes paseos por las tortuosas calles de la vieja Jerusalén, cerca del muro de las Lamentaciones, contestaría: odio. El odio que destilan los ciudadanos judíos y palestinos al mirarse. Odio en las miradas, en los gestos e incluso en los andares. Siglos de odio cultivado con sentido de eternidad.

La explicación de tanto rencor encallecido se comprende al saber que se trata de dos pueblos que habitan un mismo territorio, pero en realidad son pobladores de dos libros enfrentados: la Biblia y el Corán. En estos libros predominan las grandes palabras con sonido de eternidad. El odio, la venganza, el rencor, la ira, la furia, el exterminio y la maldición. Todo es infinito, porque son sentimientos alentados por los interminables pulmones de la divinidad. En estos últimos meses la tensión entre las dos comunidades se ha multiplicado dejando tras de sí un reguero de muertos. Mas de cien en los últimos ocho meses, de los cuales, la mayoría palestinos

Los muertos son muertos, sin calificativos, pero en los relatos mediáticos, cuando son los israelíes quienes matan, los protagonistas del disparo suelen ser miembros del ejército, policías o colonos radicales que se toman la venganza por la rabia descontrolada. En cambio, cuando son los palestinos quienes protagonizan la pedrada o el disparo se les llama simple y llanamente: terroristas. Matices importantes del lenguaje. A unos se les encuadra dentro de la ley y el orden y a los otros en el marco de la barbarie, aunque todos los que matan sean asesinos.

En este clima de tensión y tragedia, el pasado día 1 de noviembre se celebraron elecciones legislativas en Israel. Los ciudadanos votaron masivamente opciones de derecha y ultraderecha, ganando el partido Likud, liderado por el eterno halcón Netanyahu. Hace unos veinte años, le entrevisté en su despacho de Jerusalén y los discursos electorales que le ha oído durante la última campaña tienen el mismo estribillo e igual música que me dijo entonces. Israel, afirma, tiene que demostrar una fuerzas superior y más eficaz a la de los palestinos y de sus enemigos árabes. No podemos perder una guerra, ni las confrontaciones de fuerza, porque si perdemos una será el fin de Israel. A pesar de estar sometido y acusado de sospechas de corrupción, ganó las elecciones y terminó articulando un gobierno con partidos de la ultraderecha religiosa, sumando a su proyecto 63 de los 120 diputados con que cuenta la Knessett (Parlamento israelí). Una mayoría confortable. El nuevo gobierno cuenta con 31 ministros y 5 subsecretarios, de los cuales solo cinco son mujeres. Por sexta vez, Netanyahu encabeza el gobierno de Israel y al terminar el acto donde juró el cargo, declaró: “ A pesar de tantos años como primer ministro, no me he habituado y lo afronto ahora con la ambición de siempre.”

Para instalarse en el cargo ha jugado con habilidad todas sus cartas. Logró agrupar bajo su liderazgo a los más derechistas de su partido, el Likud, a los supremacistas judíos y a los fanáticos religiosos más radicales, logrando el retablo más bello y colorista de los gobiernos de la extrema derecha que actualmente brillan en el mundo. A la vista de los nombres presentes en el nuevo gabinete, el gobierno bajo el impulso de Netanyahu se propone cambiar profundamente la naturaleza del régimen político israelí. Han dejado muy claro los objetivos fundamentales. Son seis: “impedir que Irán se dote de la bomba atómica; construir en el interior del país una sociedad segura, cueste lo que cueste; luchar contra la carestía de la vida y por el abaratamiento de la vivienda; fomentar la expansión de los asentamientos judíos en Palestina e impedir que los palestinos puedan construir en el interior de Israel”. Con este programa no cabe duda de que la violencia se multiplicará y los antiguos acuerdos de Oslo quedarán en la cuneta de la historia. A pesar de este programa, el día de la toma de posesión, varios diputados de los partidos que apoyan al gobierno le gritaron al primer ministro: “Débil”, “Vergüenza”, “Cobarde”. Esa es la tropa que gobernará Israel. Pobres palestinos, seguirán siendo los condenados de la tierra, como les definió el filósofo Frantz fanon

En los alrededores del parlamento, durante el acto de la toma de posesión, un griterío de más de tres mil personas protestaba contra el nuevo gobierno de Bibi (nombre, cómo se conoce a Netanyahu). Entre los manifestantes estaban algunos miembros de la oposición que decían que estábamos al borde del fin de la democracia e incluso al fin del estado de Israel. Un poco exagerado, sin duda. En el colorista grupo había un nutrido grupo de activistas en contra de la ocupación de los territorios palestinos. Sobresalían por sus pancartas y sus indumentarias, miembros del colectivo LGBT. Los miembros de la colectividad gay escogieron un barrio de Tel Aviv para dejar clara su protesta. Tel Aviv es la capital del mundo gay en Oriente Medio.

El primer ministro saliente, Yair Lapid, hizo un rápido balance de los logros que había logrado su gobierno y terminó diciendo: “Nosotros les dejamos un país ordenado, esperamos que no lo hundan en el abismo porque muy pronto estaremos de vuelta.”

La sociedad israelí nunca estuvo tan dividida y enfrentada como ahora desde los tiempos del asesinato de Isaac Rabin en 1995. En la base de esta nueva sociedad subyace un proyecto de colonización renovada, representada por el sionismo religioso y que la apoyan de una manera pasional los judíos orientales, los ultraortodoxos nacionalistas hardelim, muy diferentes de los sionistas laicos tradicionales. Sueñan con el Gran Israel – Eretz Israel- que se extienda desde el mar hasta el río Jordán. Defienden que Yavé les dio esas tierras y que nadie se las podrá quitar. A la mayoría de los ministros de esta coalición tan extremista, se les conoce por sus ataques racistas a los árabes. Uno de ellos, Itamar Ben Gvir, fue condenado por incitación al odio.

A finales del pasado mes de enero, las fuerzas policiales israelíes llevaron a cabo una de las redadas más violentas de los últimos tiempos en el campo de refugiados de Yenin con el resultado de nueve palestinos muertos. Pocos días después, en la órbita circular del odio dominante, un palestino, proveniente de Ramala, llegó frente a la sinagoga de Neve Yaakov (en las afueras de Jerusalén) desenfundó la pistola y disparó contra las personas que estaban a las puertas del templo, causando siete muertos. El atacante fue abatido por las fuerzas israelíes.

En esta coyuntura de violencia, no es difícil profetizar que estamos ante una larga primavera sangrienta, en la santa tierra de Israel.

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