Cuando el reportaje lo traen a casa

Luis Montenegro, talentoso realizador vigués de opiniones afinadas, acostumbra a enviar un mesaje cuando el reportaje de la serie 'A un metro' pisa caminos ya trillados por el periodista, como Fisterra y el niño protagonista de la icónica foto de la emigración de Manuel Ferrol, el psiquiátrico de Conxo o Inditex. "Sigues tirando de hits", comentó al leer el paseo por Sabón para constatar que el primer día de cerrojado real de las actividades no esenciales decretado por el Gobierno sólo se movía el molino eólico de la multinacional textil en un polígono al que acceden 15.000 vehículos en una jornada laborable. 
Hoy el reportaje no circula por  vía antes transitada, sino que te lo traen a casa. Literalmente. Entretener a un repartidor con más de dos preguntas durante el servicio es una puñeta porque estás retrasando las entregas y siempre van a la carrera. Quedaba el recurso de telefonear a un colega con el que has compartido colegio y vestuario en las categorías inferiores del Deportivo. Los amigos de verdad nunca fallan. Fede Cruz Mena responde a la primera y la conversacón queda para más tarde por teléfono. Pero es necesario una fotografía. "Pues en unos minutos tengo que pasar por delante de tu casa", sugiere. Fotografía a la puerta y sale disparado para continuar con el reparto de felicidad.
Lleva casi dos décadas trabajando en UPS, primera empresa mundial de reparto de paquetería. "Es un trabajo que te llena. Llegas a una casa y aunque primero te reciban con gesto serio, te sigue emocionando escuchar 'ya llegó, ya está aquí' después de que cierran la puerta. Quizá lleven días esperando por un regalo o por algo que necesitan y esa alegría detrás de la puerta la sientes". 
También pueden tropezar con algún rezongón al abrirse la puerta. "Eso es cierto, como tengas una sola entrega mala te dan el día. Hace poco lleve un paquete el martes, la entrega era para el día siguiente y en vez de alegrarse, el tío me echó una bronca que yo no conseguía entender. Le dije que no pasaba nada, que volvía al día siguiente, pero contestó que ya que estaba allí, se lo dejase. El hombre tenía un mal día y lo pagó con el que llamó en ese momento a la puerta". 
Los repartidores, ya sea para entregar paquetes adquiridos mediante comercio electrónico, la compra del supermercado o la entrega de comida a domicilio, continúan en la calle, arriesgándose para que el personal prosiga confinado en sus hogares. "Miedo no tenenos, pero respeto sí. Hacemos nuestro trabajo e intentamos guardar la distancia. Vamos con guantes y mascarilla y no estamos dando a firmar la entrega en la maquinita para evitar un posible contagio. Sólo pedimos que nos digan el DNI que certifique que se trata del cliente. No dejamos que tengan contacto más bien por ellos, porque los que estamos en la calle somos nosotros".  En un día pueden pasar por un centenar de viviendas y en los momentos de más volumen de trabajo, como antes de que se decretase la alarma por la pandemia de coronavirus, las entregas de Amazon pueden alcanzar las doscientas.  

Los ánimos en la colmena
Los repartidosres también son una buena tribuna para constatar los ánimos en la colmena. "Hay gente que está muy convencida de la situación. Te abren con guantes y mascarilla, otros salen con una servilleta de papel para recoger el paquete que le dejas en la puerta. Por lo general tienen ese miedo que flota en el ambiente y que todos percibimos", comenta Fede. En su empresa mantienen unas condiciones de higiene extremas, "aunque la furgoneta ya la teníamos que limpiar a conciencia a diario. La presencia es fundamental, tienes que ir bien afeitado y con el uniforme impecable. Somos la carta de presentación de la empresa". 
Son los que que dan la cara y se juegan el tipo para que la peña reciba el producto deseado. Por eso Fede recomienda un uso responsable con la compra electrónica. "Hace unos días llegó un paquete dañado y cuando fuimos a hacer el parte vimos que era el palo de una escoba. Ni siquiera venía con escoba". En una entrega durante el confinamiento también le sucedió una anécdota que indica que la frivolidad del ser humano puede no tener límites. "A la clienta se le abrió una pestaña del paquete, puse la mano para que no cayese lo que venía y era una caja con tres gomas de pelo que no te cuestan ni 70 céntimos en un supermercado". El riesgo por tres gomas de pelo, lo sorprendente es que en A Coruña no hay ningún repartidor contagiado, "al menos que yo sepa". Reportaje entregado. 

Te puede interesar