LUCHA CONTRA LA POBREZA

Cocinas que alimentan la esperanza

Voluntarios y trabajadores en la cocina del comedor social que Cáritas gestiona en Ourense desde 2013.
photo_camera Voluntarios y trabajadores en la cocina del comedor social que Cáritas gestiona en Ourense desde 2013.
"Detrás de las cifras de la pobreza hay historias, personas que no nacieron en la calle con una botella de vino en la mano". Esta es la historia de tres comedores sociales de Galicia que luchan por voltear la situación. 

Detrás de las cifras de la pobreza hay una historia, personas que no nacieron en la calle con una botella de vino en la mano". Es martes, faltan diez minutos para la una de la tarde y en el comedor de la Cocina Económica de A Coruña ya están recogiendo. "Siempre comen temprano", explica Óscar Castro, administrador de una institución benéfica que lleva aplacando el hambre de la ciudad desde 1886. Puede que alguna de las 250 personas que acaban de abandonar el comedor regresen a la calle con el consuelo de la botella de vino para pasar la tarde, pero no todos los que acuden a calmar el hambre son sintecho que intentan pernoctar en albergues. "Todos los días preparamos unas mil raciones para llevar, se trata de gente y familias a las que no le llegan sus ingresos. Una persona que perciba la Risga (renta de inclusión social de Galicia) no puede ser autosuficiente e incluso viene gente con trabajo". El táper recuerda al comedor de vergonzantes que había en otros tiempos y al que asistían con disimulo personas a las que la trampa de la vida privó de una posición social. 
El último informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza advierte de que el 23% de la población que reside en Galicia (más de 621.000 personas) se encontraba en 2018 en riesgo de pobreza o exclusión social. A Óscar Castro no le escandaliza el dato porque lo ve a diario. "Falta el eslabón del trabajo para paliar esta situación y también nos encontramos con el problema de la vivienda porque hay lista de espera en los albergues".
De las 697 personas que atendió la Cocina Económica de A Coruña el año pasado, 452 fueron nuevos beneficiarios (294 hombres y 158 mujeres; 250 de nacionalidad española y 202 extranjera; 204 disponían de algún tipo de recurso económico y 245 alojamiento estable; 88 pernoctaron en la calle en alguna ocasión; 23 presentaban adicciones, 24 una enfermedad mental y 55 una minusvalía). "El perfil del usuario varía y ahora notamos un incremento de personas de origen latinoamericano, de Venezuela o Argentina", apunta Castro. También dan desayuno a 120 necesitados al día y prestan servicio de lavandería y ducha a 90 personas, además de orientarlos para regresar al mercado laboral. "Aquí podemos sacar pecho porque la atención social es buena en general, pero falta trabajo".

PROTECCIÓN
Esta opinión es compartida por Javier Brage, administrador de la Cocina Económica de Santiago, fundada en 1891 por las Hijas de la Caridad y en la que siguen en los fogones de manera ininterrumpida seis monjas: "Las hermanas que vienen de otras partes me dicen que podemos estar orgullosos de la protección social que hay aquí". Es mediodía del miércoles y la cocina está a pleno rendimiento. Aquí no hay preparación de fiambreras para llevar, ya que Cáritas y los servicios Sociales del Concello de Santiago se ocupan de los llamados vergonzantes y de las familias. La Cocina Económica compostelana también cuenta con un centro de día por el que tienen que pasar los beneficiarios la primera vez para sacar un carnet de usuario, además de realizar una evaluación con un trabajador social para ayudarles en la búsqueda de un empleo. 
De media dan entre 70 y 80 desayunos, entre 160 y 180 comidas y casi un centenar de cenas. Por el desayuno y la cena tienen que abonar 50 céntimos, por la comida un euro. "Es una manera de que se responsabilicen. Las monjas intentan que los que perciben un subsidio abonen la mensualidad para que no lo malgasten el primer día, aunque después te la acaban pidiendo. En ocasiones protestan por el euro, pero después ves que no hay ningún problema con la máquina de café del centro de día", comenta Brage en mitad del servicio. "En los últimos años hemos notado un aumento de extranjeros, de venezolanos y rumanos que no tienen el colchón de la familia". A pesar de este incremento, el 80% de los beneficiarios son gallegos, el 85% hombres y el 15% mujeres. Y también acude a la Cocina Económica gente con trabajo. "Yo me he encontrado aquí a un camarero que antes me había atendido en una cafetería. Y también siguen viniendo personas a las que ayudamos a encontrar trabajo", añade Javier Brage.
No hay picaresca para comer por la cara, como algún malpensado podría pensar. La Consellería de Política Social exige una valoración de los beneficiarios y realiza inspecciones de manera periódica. Ni siquiera los estudiantes intentan la treta para compensar la pasta fundida en copas. "Tuvimos a unos estudiantes mexicanos de intercambio y a unos checos, pero españoles no hay desde hace años". En la salida del comedor una trabajadora ofrece leche para la noche. "Mercadona nos trae todos los días unas furgoneta con productos a punto de caducar y ofrecemos lo que sobra para que se lo lleven". 
En Ourense, el comedor social lo gestiona Cáritas desde el año 2013. El coordinador del programa, Óscar Diéguez, está en plena faena. Es mediodía del jueves, ha terminado el despacho de raciones para llevar y está a punto de comenzar el primero de los dos turnos en el comedor. "Cuando comenzamos servíamos 75 raciones diarias y ahora más de 300. Lo que más nos preocupa es la estabilidad en el número. Más de 300 raciones diarias en una ciudad como Ourense es muy preocupante porque quiere decir que, con los 90.000 servicios del año pasado, cada ciudadano podría venir a comer una vez. Es una brutalidad, cuesta creer que en estos tiempos alguien no tenga recursos para alimentarse de forma autónoma. Últimamente hemos percibido un aumento de venezolanos debido a las raíces, personas con formación y que utiliza estos servicios de manera temporal hasta que encuentran un empleo". 
Cáritas entrega medio centenar de táper a diario que alimentan a unas 80 familias en sus casas y el resto son servicios en el comedor por los que no cobra ni un céntimo. "Hay familias con ciertos ingresos, pero continúan siendo trabajadores pobres. La alegría más grande que nos podemos llevar es cuando se produce una baja en el comedor porque han encontrado un empleo. Intentamos que todos participen en la formación ocupacional". 
Diéguez aclara la alegría que se percibe en los trabajadores tras el recorrido por estos comedores. "Claro que hay alegría, lo primero que tenemos que transmitir nosotros es esperanza". Alegría y solidaridad. "Me gustaría que apareciese el agradecimiento a los 80 voluntarios que atienden en el comedor", pide. "Lo que más nos sorprende es que vienen  a ayudar chavales de colegios y gente joven. Esto significa que hay esperanza".n

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