Lucía el sol a lo alto entre nubes y el viento no se colaba en Baiona, pero sí que impulsó a los atletas. En la llegada esperaban los familiares y amigos a los diferentes participantes que, con su nivel, el de unos alto y el de otros más bajo, tenían el reto de cubrir una media maratón. Una distancia que ya es una hazaña y requiere semanas de entrenamiento.
Para los más veteranos, la preparación ya es costumbre. Es la particular ‘Clásica de Primavera’. El final del invierno llega con el florecer de las margaritas, las primeras hojas en los robles al sol y la prueba entre Vigo y Baiona. Para otros muchos, aventurarse en la cita es un reto personal, aunque todos coinciden en que el calor siempre se nota aunque haya frío. Son los ánimos del público que aplaude a los deportistas y los empuja en el particular pasillo de asfalto desde Vigo a Baiona. Y, con los kilómetros, los aplausos son más importantes porque flaquean las fuerzas, pero hay más voces que ayudan. La salida de Monte Lourido, el cruce de A Ramallosa y el kilómetro final entre vallas son los ‘puntos del cariño’.
Y, una vez cruzada la meta, llega el momento de los abrazos con los conocidos, el contar las sensaciones, el saludar a los compañeros de fatigas. Disfrutar de la marca o, simplemente, de completar el reto. Los familiares, pacientes, esperan y los más listos, bajo el sol baionés y con el café en la terraza mientras alguno de los participantes disfruta del masaje cortesía de Pérez Mendos. Cuandos los corredores finalizaron, ellos comenzaron su particular media maratón.
Son las imágenes habituales en la meta de la Vig-Bay, una costumbre que se mantiene igual, pero que cambia en detalles y caras. Unas son nuevas, otras con más años.