Hannibal Smith acostumbraba a congratularse de que los planes le salieran bien. Y solía ser así en cada capítulo del 'Equipo A'. Lógico. En la ficción todo se puede amoldar al gusto del consumidor. Lo malo es que la realidad suele contar con sus propios planes. Y ayer decidió amargarle el día al millar de aficionados del Guardés que se congregaron en A Sangriña para ver el partido de vuelta de la final de la Copa Europea, en el que su equipo cayó derrotado a manos del Konyaalti. Un golpe durísimo, teniendo en cuenta que la escuadra miñota había ganado en ese mismo escenario por seis goles (23-17) sólo una semana antes.
Por ese motivo, los ánimos eran altos. Altísimos. La popular Peña O Inferno ocupó su lugar y animó como si el partido estuviera siendo delante de sus integrantes y no a 4.500 kilómetros de distancia. Y aunque la cosa se torció pronto, el ánimo no decayó. La esperanza es lo último que se pierde y el anhelo de una mejora en la segunda parte estaba ahí. Pero no era el día para levantar el segundo título del club.
El sufrimiento corrió más rápido por las sillas distribuidas por la pista. En primera fila, la plana política. Por detrás, los aficionados. Todos empujaron al principio, todos sufrieron por el medio y la mayor parte se derrumbó al final. La rabia se entremezclaba con las protestas y las quejas por la actuación arbitral. Pero todo eso fue dando paso al dolor. Un dolor agudo, punzante, de los que te atraviesan, que quedó muy patente en los directivos de la entidad. Las lágrimas aparecieron ante la frustración de haberlo tenido tan cerca. El tiempo hará su trabajo y, poco a poco, el orgullo por lo conseguido irá ganando terreno. Así es la vida real. En la que no siempre los planes salen bien.
