primera división femenina

"Al fútbol le he dado más de lo que me ha dado a mí"

Anair Lomba, Lombi, celebra un gol con el Valencia, su actual club.
photo_camera Anair Lomba, Lombi, celebra un gol con el Valencia, su actual club.

La guardesa Anair Lomba, Lombi, afirma que "de cada una de las lesiones he vuelto mejor"

Anair Lomba (A Guarda, 1989) conserva una promesa incumplida desde su niñez. Hace años pactó con su padre que "cuando cobrase mucho dinero, le compraría un coche".
"Aún está esperando", bromea la futbolista gallega, todavía lejos de percibir –como la mayoría de sus homólogas– una cantidad cuantiosa por jugar al fútbol. No es eso, sin embargo, a lo que aspira y aspiraba 'Lombi', que sigue entendiendo el juego como la niña que jugaba con sus primos; o la que encontró la complicidad de sus progenitores cuando, con 13 años, despertó el interés del Barcelona mientras disputaba un torneo durante las festividades de Semana Santa.
Tenía tan claro que "quería ser futbolista" que, a pesar de no tener una perspectiva profesional, hizo las maletas y dejó Galicia. "Me fui de casa, con trece años. Trece", dice deteniéndose en el número de velas que sopló aquel año. "Dejé a mi familia, dejé a mis amigos y me fui a un internado", recuerda.
El régimen era sumamente estricto. Cuenta Lombi que no la dejaban salir para nada que no fuera entrenar. "Yo iba a clase por las mañanas y también tenía clase por la tarde. Además, teníamos unas horas de estudio. Cuando tenía que ir a entrenar, me recogía un coche en la puerta. Me llevaban y traían del entrenamiento al internado. Así todos los días, incluso los fines de semana. Yo era de las que se alegraban cuando jugábamos fuera porque decía: '¡me voy!", añade mientras el tono de su voz repara en la dureza de aquellos meses.
"Con 13 años, irte de tu casa es duro. Es muy duro", sostiene.
Distanciarse de su familia fue el primer peaje que le cobró el fútbol. "He faltado a bodas, a cumpleaños...", enumera. Aunque hay muchas ausencias, ninguna le pesa tanto como la del entierro de su abuela. "Es lo que más me ha dolido de siempre porque yo, al final, soy una persona de casa, muy de los míos. No necesito grandes cosas. A mí, estar con mi gente me llena y yo dejé muchas veces a mi gente por el fútbol", afirma.
En la relación con la disciplina, sin embargo, no siempre hubo un intercambio: "Quizás no me ha dado lo que merezco. En los últimos años el fútbol me ha dado un casi descenso con el Espanyol, regalándome un cruzado ese mismo año; me vengo a Valencia y cuando empiezo a disfrutar después de haberlas pasado putas, me rompo el isquio y estoy un par de meses sin jugar. Cuando marqué el gol en el derbi sentí que me empezaba a compensar un poco, pero sin saber muy bien cómo me volví a romper el cruzado. Estuve un año recuperándome. Cuando vuelvo, no cuento. Cuando empiezo a contar, la temporada se acaba. Creo que en los últimos años le he dado al fútbol más horas, más dedicación y más esfuerzo de lo que el fútbol me ha dado a mí. Pero soy una ilusa y sigo pensando que me lo devolverá algún día".
Esa convicción aparta de la mente de Anair Lomba la idea de rendirse. "Si lo hiciese, sentiría que el esfuerzo no habría valido la pena", indica antes de definirse como "una enferma" de la pelota.
"Ha sido mi pasión desde que tengo uso de razón. Supongo que al final sabría hacer muchas cosas, pero ninguna me llenaría tanto como esta. De cada una de las lesiones he vuelto mejor y cuando me han dejado demostrarlo lo he hecho. Si volviese a jugar y viese que ya no, igual no seguiría empeñada en el sí, pero creo que aún tengo mucho que dar y ahí estaré emperrada y cabezota en jugar", dice.
Lo estuvo cuando militaba en El Olivo y entrenaba en condiciones paupérrimas. "¿Cómo no estarlo ahora?", se pregunta.
"En aquella época no teníamos nada", rememora de sus tiempos en el conjunto vigués.
"Éramos un grupo de amigas que se juntaban en un campo vestidas de verde y que decidieron hacer algo histórico por el fútbol gallego. Lo hicimos. El Olivo no es ni siquiera un club; es una asociación que tiene esgrima, petanca y deportes no tan vistosos como este. Ahora mismo no tiene ni fútbol, pero entonces decidieron apostar por un grupo de chicas y pusimos el nombre de El Olivo donde se merecía", relata.
Entre 2008 y 2014, cuando caía la noche, entrenaban con suerte en la mitad de un campo. "Eso era cuando lo teníamos porque a veces teníamos solo un cuarto. A mí me pagaban un piso por ser de fuera, con dos compañeras más, pero poca cosa más", lamenta Anair Lomba, que después dio el salto al Espanyol y asegura que "es cuando le empiezo a dar más valor a todo. No diría que en el Espanyol éramos profesionales, porque estaba lejos de lo que estoy viviendo ahora, pero sí empecé a valorar que estaba en un equipo top". Ahora, en el Valencia, sigue disfrutando de su pasión: el fútbol.

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