ADIÓS AL ÚLTIMO BARDO

El poeta que suspiraba por el verso libre

Oroza, en uno de sus recorridos habituales por el centro de Vigo.
photo_camera Oroza, en uno de sus recorridos habituales por el centro de Vigo.

Carlos Oroza (Viveiro, 1923- Vigo, 2015) destacó como poeta de la oralidad. Fue en España, en plena época gris del régimen franquista, abanderado de la cultura beat que le granjeó su condición de 'maldito'

Eligió el primer día de lluvia y frío para irse, él que amaba tanto la luz del sol que intentaba atraparla en sus interminables paseos por la ciudad, junto al mar, luciendo su figura enjuta alimentada con tabaco y café con leche, y cavilando siempre sobre la forma en que las palabras podían expresar mejor los sentimientos de su alma. Su vida se movió entre la leyenda y el malditismo. Muchos escritores que lo conocieron aún dudan que tuviese edad, que naciese en 1923 y que viniese al mundo en Viveiro, él, que no tenía patria. Alguno lo recuerda como ganador de unos Juegos Florales celebrados en Vigo en 1963, presididos por Celso Emilio Ferreiro y Cuña Novas. Otros, lo sitúan ya en el Madrid de las tertulias, donde Francisco Umbral lo nombró “poeta maldito del Café Gijón”.
Carlos Oroza fue un libertario y un adelantado a su tiempo que buscó la inspiración en autores como Hölderlin o Kerouac; en Dylan Thomas, que al igual que él era un bardo, el último bardo; pero también en Federico García Lorca o en Rosalía de Castro y, aunque nunca escribió en gallego, no dudó en introducir en su léxico palabras que le atraían por su sonoridad: “Lonxe, lonxe...”, decía mientras su mirada se perdía en el horizonte de la ciudad y el mar.
De aquella época Beat se quedaba con los años de su estancia en Ibiza, donde compartió escenario con Nico, musa de la Velvet Underground, y donde se le comparó con Allen Ginsberg por la fuerza de sus perfomances y recitales poéticos por los que después se haría famoso en Madrid y asombraría a un público siempre entregado en distintas ciudades, como Vigo. “Lo pasábamos bien; comíamos todos los días y dormíamos en las pensiones”, comentó sobre aquellos años en una entrevista a este diario, una de las últimas que concedería a un medio de comunicación.
A lo largo de su vida fundó la revista “Tropos” y escribió los poemarios Eléncar (1974), Cabalum (1980), Alicia (1985), Una porción de tierra gris del norte (1996), En el norte hay un mar que es más alto que el cielo (1997), La llama prestada y Un sentimiento ingrávido recorre el ambiente (2006), aunque todos ellos podrían resumirse en uno, Évame (2012), donde sus versos eran de nuevo revisados por el propio autor, que veía en las ediciones de este libro realizadas por Editorial Elvira el espacio y el aire que necesitaban sus versos, largos y anchos, “sin comas, que sean respirables”. “El ritmo es lo más importante de la poesía. El ritmo, no la rima”, había señalado este poeta que escribía “al dictado de mi otredad” y que se declaraba perteneciente “a la contracultura, que no es la anticultura”.
Durante los años setenta vivió intermitentemente en O Courel (Lugo), en casa de su querido amigo Uxío Novoneyra, quien le animó a publicar su Eléncar, un poema que era “un homenaje a una mujer que busca el amor, el amor entendido como una estética, como una expresión espiritual”. “Entonces, no encuentra más que callejones sin atmósfera, no encuentra la anchura de sus sentimientos”.
A Vigo llegó 'exiliado', tras leer en Pontevedra su poema Prohibido el paso entre las protestas de los franquistas presentes en la sala. Durante los 35 años que pasó en esta ciudad dejó una importante impronta entre escritores de varias generaciones, a los que cautivó con la fuerza de sus versos y de su voz. n

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