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La felicidad llega a los cuarenta

JAVIER PEÑA Autor de la novela "Infelices"
photo_camera JAVIER PEÑA Autor de la novela "Infelices"
El estreno literario de Javier Peña es mucho más que un retrato de la decadencia, una disección de los fracasos o una autopsia de las obsesiones. "Infelices" (Blackie Books), que se presenta este martes en la Casa del Libro de Vigo, es un cubo de Rubik de 286 páginas. Un esfuerzo narrativo y un derroche técnico que el lector aprecia y disfruta en cada capítulo; cada movimiento de los dedos, pasando la página e intentando cuadrar los colores de ese cubo imaginario, es un avance hacia el placer final.

La felicidad llega a los cuarenta. Para Javier Peña ha sido así. A los 35 empezó a escribir "Infelices" (Blackie Books) y, como los protagonistas de su primera ópera prima, era infeliz. Eran noches de desvelo ante el teclado y no imaginaba que estaba iniciando un cambio de rumbo tan brusco como el que ha resultado. Era 2014 y, en aquellos tiempos que ahora ve tan lejanos, consumía sus horas diurnas en un gabinete de la Xunta. Trabajaba como asesor; según sus propias cuentas, escribió unos dos mil discursos.

Antes de aterrizar en San Caetano, había ejercido como periodista deportivo. Salió de la misma facultad en la que se formaron los personajes protagonistas de su primera novela. El primer destino fue su ciudad natal, pero poco escribía sobre el Dépor. Eran tiempos gloriosos para su equipo, pero para él estaban reservados deportes minoritarios y categorías inferiores; fútbol modesto y precariedad laboral. Su primer contrato, cosas de la vida, tuvo que firmarlo en Vigo; ahí llegaron las primeras exclusivas de fichajes, las crónicas ácidas y las enganchadas en las ruedas de prensa con un entrenador celeste que tenía por apellido el nombre de una región (“que hermosa eres”).

Una llamada a tiempo lo llevó de vuelta a Santiago para cambiarlo todo. Dejó colgadas las botas en Balaídos y se puso la camisa de asesor. Cambió las crónicas deportivas por los discursos. Hasta que llegó el momento de decir basta.

Salió de la zona de confort y, sin haberlo previsto, abandonó la senda de la infelicidad. Era una decisión meditada, pero no medida. Un paso aplazado, pero firme. Un salto a ningún abismo. Era lo que quería, lo que necesitaba. El sueño que tenía que cumplir. El salvavidas que lo saca de un pozo demasiado profundo. Una vía de escape. Una ventana enorme hacia un mundo soñado y ansiado. 

La decisión la toma a los 37. "Infelices" es el fruto de cinco años; dos de creación y tres de correcciones. Demasiado tiempo para una vida en la que se impone lo frenético. Los ritmos de la literatura poco tienen que ver los del periodismo, pero la vida de Javier Peña a los 37 tampoco se parece mucho a la del universitario de finales de los noventa. Ha madurado, pero insiste en que todavía no sabe lo que es la felicidad; asegura haber conocido muchas caras de la infelicidad en las distintas fases de su vida, pero no la felicidad. Le faltaba poco para conocerla (estaba en los treinta y tantos). Lleva toda una vida rebelándose contra la dictadura de la felicidad, quizás porque está convencido de que no se puede alcanzar. 

Lo idealiza como un sentimiento efímero y nunca prolongado. Muy alejado de la percepción que podían tener los estudiantes del Periodismo que trenzan el relato de "Infelices" y que forman el Círculo de Viena, un nombre que toman del bar donde se refugiaban cuando faltaban a clase (podría haber sido la banda del Fraggle o el club del Nemenzo, pero Javier Peña optó por la mística austríaca). 

Rudolph, Hans, Moritz y Karl tampoco saben que la felicidad llega a los 40. El autor está en cada uno de los cuatro integrantes de Círculo de Viena, porque Javier Peña es toda la novela. Su alma está en cada página, en cada personaje, en cada escenario de este relato cruel. Sus personajes añoran cuando compartían la vida con otros amigos. Echan de menos un pasado que quizás nunca han tenido. Aspiran a llegar a una vida que no existe; son nostálgicos de una felicidad efímera.

Rudolf es la adaptación hedónica, una rueda de la que no consigue escapar; un niñato que consigue todo lo que quiere, pero no le encuentra sentido a la vida. Puede ser el retrato de una generación, la del Círculo de Viena, y muchas otras. Jóvenes con las necesidades básicas cubiertas; que buscan continuamente algo más, pero que nunca encuentran ese adicional. Hans es el asesor, el que escribe discursos políticos (y, quizás por esas vinculaciones inevitables, el lector lo asocia con el autor); es parco en palabras y tampoco sabe medirlas. Es el más tímido y, en eso también, se parce a Javier Peña. Pero el autor también tiene mucho de Moritz, o Mortiz también tiene mucho de Peña; es un bocazas. Rudolf es cínico, cuando es el más infeliz. Hans tiene el cuerpo aquí y la cabeza en otra parte. A Moritz le duele escribir, pero quiere construir la mejor novela.

Y Karl (esta mujer se merece otra novela), el alma femenina del Círculo de Viena, es el verso suelto. Ella no es como esos tres compañeros que se habían puesto apodos foráneos y a los que su compañera de habitación prefiere llamarless Gilipollas numero 1, Gilipollas número 2 y Gilipollas número 3. Esa gilipollez de los 18 años que va transformándose, con el paso de los años, en patetismo y tristeza. Expedientes envidiables y aspirantes a Pulitzer acaban en la precariedad económica y la miseria moral. Creían que se iban a comer el mundo; y el mundo es el que se los ha comido a ellos. 

Ajena al Círculo de Viena está Marga, la chica del cáncer. Es ocho años más joven y, como la mejor amiga de Javier Peña, tiene un carcinoma de mama. Marga es Paula, la mujer a la que el autor de dedica su estreno literario. Falleció antes de que se publicase la novela, pero ella vivió todo el proceso creativo y leyó el manuscrito. La mayor infelicidad para el autor es, sin duda, no poder compartir estos momentos de felicidad (que ahora vive a los cuarenta). Si algo le ha marcado es la muerte de su mejor amiga y, sobre todo, el proceso previo; ese golpe, dice, le ha hecho mejor persona.

No resulta fácil identificar los orígenes de su pesimismo vital, pero la infancia de Javier Peña no fue feliz; lo dice abiertamente cuando habla de las relaciones con sus padres. Un asunto que también sale en la novela: admiración, odio, dependencia, esfuerzo, tortura, amistad, culpa y envidia. Los integrantes del Círculo de Viena se quieren, pero se envidian. La amistad y el amor tienen que ser sensaciones apasionadas. Intensas y duraderas. Los amigos de verdad no lo son para toda la vida, sostiene Javier Peña. Él se confiesa celoso de sus amigos, consciente de que eso genera conflictos y distancias. No reniega de su vida y tampoco reniega de su libro. Ha sido una catarsis. Un tratamiento alternativo a la mejor de las terapias.
 

Y el resultado es "Infelices". ¿Una novela de pesimismo existencial? ¿Un retrato de una generación? ¿Un libro autobiográfico? Los críticos dirán y sentenciarán. 

El debut literario le ha regalado a Javier Peña nuevas experiencias: neoamigos, focos, flashes, escaparates de librerías, entrevistas radiofónicas, reportajes televisivos, páginas de periódicos, likes, retweets, stories, clubs de lectura y elogios culturetas. Eso, quizás, sea la felicidad. La felicidad de los cuarenta. 

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