No saldrá en los libros de historia en la nómina de presidentes -aunque pudo serlo, incluso recientemente-; no aparecerá en los cánticos ni para honrar ni para vilipendiar; no estará en las fotografías que definan los últimos 15 años. Pero, para bien o para mal, el Celta de los tres últimos lustros -uno de los que más cerca estuvo de desaparecer, no por su gestión, y uno de los que más tiempo ha estado de forma continuada en Primera, sí por su gestión en parte- no se puede entender sin la figura de Antonio Chaves.
En él halló un Carlos Mouriño desorientado esa mezcla tan complicada de frialdad empresarial y pasión futbolística. Porque Chaves es un hombre de deporte, bien lo saben en su Grove natal. Pero también lo es de números y de leyes. De corazón caliente y cabeza fría en sus decisiones. Hiriente hasta la lágrima cuando creía necesario serlo; amable cuando le podía su lado bueno. Provocador, en el sentido más literal de la palabra. Un joven demasiado viejo y un viejo demasiado joven.
Tenía mano en todo. Desde el principio. Incluido lo deportivo. La casualidad -o no- ha querido que su salida haya coincidido con la de Hugo Mallo, el hombre del club en el vestuario y un dolor personal en los últimos tiempos. Siempre al frente, siempre atacando antes que defender. Su gestión -y la de María José Herbón- salvó al club de la bancarrota. Se equivocó y asumió errores de la persona con la que tenía un pacto de fidelidad, Carlos Mouriño. A él había ligado su estancia en el club pero se ha ido antes. Porque ese acuerdo no era igual con Marian Mouriño y con algún giro identitario que ha dado la entidad. Los defendió, porque le iba en el cargo y en la forma de ser.
De inteligencia natural, tan cruel como valorable, ha entendido que su tiempo acabó. La bicefalia interna no tendría sentido. Y sabe que tiene un nombre labrado en estos 15 años. Considera, en buena medida con razón, que deja al club en muy buen estado: sin deuda y en Primera. Aunque en los últimos tiempos se apartase de algunas áreas, era el interlocutor para todo y para todos. El club, su club, deberá aprender a vivir sin él. Él lleva tiempo asumiendo que los dos estarán mejor separados.