in memoriam de josé luis rodríguez suárez

Nunca pensé en este día, y menos en escribir esto. Como un duro golpe tu fallecimiento llegó. Hablo de un gran hombre, amigo, compañero, sacerdote, amigo del alma, hermano?Hablar de tí es dificilísimo, José Luis Rodríguez Suárez. Te cansaste de estar enseñándonos y ahora también lo harás desde otras dimensiones. Elogio tu labor como profesor de muchas promociones de maestros, profesor de Teología en el Instituto San Xosé de Vigo, y muchas más cosas que hoy no menciono?
Escribo con la tristeza de que ya no estas físicamente con nosotros, pero con el convencimiento de que desde arriba nos sigues acompañando todos los días. Desde arriba podrás observar el cariño que te tiene todo el mundo que te ha conocido. Sin ir más lejos, ese día tu Iglesia de San Juan de Ávila y Santa Juana de Lestonac. Estaba como diría el Dúo Sacapuntas con esa muletilla: ¿Cómo estaba la plaza? Abarrotá, abarrotá por ti, por el cariño, ternura, simpatía?que te tienen todos.

Joselu, fuiste mi amigo, mi confidente, mi consejero, mi maestro, mi tío?Y hoy es complicado pensar que ya no estas entre nosotros que ya no podemos hablar. Has partido, pero has luchado como un buen torero contra la enfermedad.

Complicado vivir sin tus alegrías, optimismo, sabiduría, sin tus palabras de aliento y confianza. Espero que desde el cielo me estés escuchando y lo sigas haciendo cada día, porque creo que nunca podré dejar de hablar contigo y recurrir a ti para pedir algún consejo. Gracias por enseñarme a amar sin reparos, a dar sin esperar nada a cambio, y soñar sin límites.

Me enseñaste a ver lo bueno de todo lo malo. Sinceramente me hará falta tu sinceridad, tus buenas intenciones, respeto y aprecio.

Como colofón, hoy hago mías las recias palabras del Salmo 136, que los israelitas deportados de Jerusalén lanzaban a los cuatro vientos desde su exilio en Babilonia, palabras que salían del fondo de su alma, como ahora de la mía. Ellos las referían a Jerusalén, y yo, claro que a ti, pero las palabras son las mismas: 'Que se me paralice la mano derecha, que se me pegue la lengua al paladar, sino me acuerdo de ti, Joselu, sino te pongo en la cumbre de mis alegrías.

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