el desempleo es lo que nos define

La noticia llegó casi al amanecer, cuando apenas abría los ojos al nuevo día y el sol aún se desperezaba en el oscuro lecho de la noche.
Un mensaje de texto enviado hacía algunas horas mientras dormía, me golpeó la cara en toda su extensión y por unos segundos pensé que era una broma de mal gusto o un chiste cruel con el que nadie se ríe. Uno de mis mejores amigos -abierto y cordial en sus costumbres y su especial manera de ser, trabajador incansable en un empresa de manufacturas desde muy joven (cumpliera los cincuenta), casado con una bella y hacendosa mujer, con dos hijos y una bonita casa en las afueras de la ciudad 'todavía propiedad del banco', como él decía a cada rato, y de conducta intachable en su vida familiar- había muerto.

Todavía sin despertarme del todo, una mañana de domingo que invita al abuso de las sábanas con las persianas herméticamente cerradas, contesté de inmediato para cerciorarme de lo que había ocurrido y saber si la noticia era real. 'Es cierto. Está en el tanatorio'. Fue la escueta respuesta de la viuda, en la que se percibía un sollozo en cada sílaba, una fuente de lágrimas vertidas en el pozo del desaliento, y al momento sentí un latigazo que hizo tambalear mi indomable serenidad.

Andrés llevaba casi dos años formando parte de la lista del paro, después que un diabólico ERE le propinara un fuerte golpe en pleno estómago que le dejó sin aliento; el paraguas económico que él siempre abría ante las tempestades, se había roto, voló con el viento de la adversidad y desapareció entre los negros nubarrones del desamparo y desde hacía unos meses se le veía cabizbajo, abstraído, desanimado. Había oído miles de historias que contaban el día a día de los desempleados con un diario vía crucis en los ojos, con su carpeta bajo el brazo repartiendo currículos indiscriminadamente para intentar buscar trabajo en lo que sea; el 'ya le llamaremos', 'es que en este momento...', 'lo que pasa es que...', frases repetidas hasta el cansancio por jefes y encargados que no se conocen entre sí, pero que siguen el mismo guión a la hora de decir ¡no! a los eternos buscadores de una nueva oportunidad. Muchos lo soportan y se lo toman con deportividad porque suponen que hay una luz al final del túnel; otros, como Andrés, con la asfixia en la punta del miedo, optó por el camino más corto, aunque más irracional, lanzándose al vacío. He llegado a la conclusión de que no son las playas, los monumentos, el paisaje, el dorado verano ni el Camino de Santiago, la palabra desempleo es el sustantivo que mejor nos define.

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