cainitismo blaugrana

Para los que aún no lo sepan, lo vuelvo a remarcar: soy simpatizante del Barça y el Celta es mi equipo gallego preferido.
En mi trascendente decisión seguramente tuvo algo que ver el hecho de que mi padre (e.p.d.) fuera un redomado perico. Fue una manera como otra cualquiera de llevarle la contraria y, sobre todo, de demostrar ante la castrense autoridad paterna mi juvenil carácter contestatario. En nuestra Galicia natal, mi hermano y un servidor fundamos la 'Peña Barcelonista Antela' y, antes de recalar en tierras catalanas -allá por el mes de marzo del año 1960-, recuerdo que me publicaron una carta en la revista oficial barcelonista de entonces, en la que arremetía contra el entrenador, Helenio Herrera. Es decir, que el espíritu crítico que subyace en las entrañas de todo buen culé, ya se me empezaba a manifestar a tan temprana edad (14-16 años).

En el transcurso de los 53 años de residencia que llevo en Catalunya, confieso que he vivido todo tipo de experiencias y de sensaciones como barcelonista. En cuanto me fue posible, me hice socio del club (nº 25.488) y también hice socia a mi hija y luego a dos de mis nietos. Pues bien, en todos estos años, en Can Barça nunca han faltado las conspiraciones, las puñaladas traperas y mucha, mucha mala leche; o sea, que el cainitismo puro y duro forma parte del ADN barcelonista. Ahora, con la dimisión de Sandro Rosell, que ha sido un pésimo comunicador, se ha constatado esta evidencia.

Y mientras todo esto está sucediendo en el entorno de la gran familia blaugrana, me imagino que en tierras mesetarias se están frotando las manos. Sin embargo, en el merengue equipo rival nadie hace la zancadilla, ni reclama los importes de los fichajes supermillonarios que ha hecho el Real Madrid; seguramente porque la sombra de su presidente, Florentino Pérez -el 'Ser Supremo'-, es alargada. Pero por encima de cualquier otra consideración derivada de la crisis económica y del desgobierno que padecemos, lo importante es que no decaiga la fiesta y que al pueblo nunca le falte la terapéutica dosis de 'panem et circenses' para expulsar el exceso de la maligna adrenalina que llevamos dentro.

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