No es afirmación, sino pregunta, ¿es feo Vigo? El historiador y urbanista Francisco García se ha atrevido a abrir el debate, histórico, sobre la estética de esta ciudad, aunque él mismo se responde afirmando que no hay un Vigo sino varios y cada uno de ellos tiene que ser examinado por separado. Destaca el Vigo marítimo, el Ensanche y el Casco Vello como tres piezas que merecen atención, mientras las zonas más nuevas son producto del desarrollismo.
Estoy de acuerdo. Vigo es menos una ciudad coherente que la suma de sus partes y los sucesivos planes de urbanismo apenas han logrado coser algunas zonas. La única gran idea la lanzó Antonio Palacios cuando se planteó reiniciar desde cero y acabar con todo lo que había para crear una criatura singular, la “Barcelona del Atlántico”, como él mismo la bautizó, a imagen del Plan Cerdá, que en 1860 cuadriculó una gran parte de la capital catalana. Mucho más radical había sido Napoleón III: con ayuda de Haussman, en 1850 decidió echar abajo el París medieval, del que solo salvó monumentos como Notre Dame o Saint Chapelle, además de los antiguos palacios, y el resultado fue asombroso. En Vigo, Palacios buscaba lo mismo y hace un siglo planteó su proyecto de derribo completo, incluyendo el casco antiguo, trazando una avenida paralela al mar, la Atlántica (hoy, Atlántida, por confusión) y otra perpendicular hasta la cima del Castro, la Cornisa o avenida de los Celtas. En 1934 se aprobó por el ayuntamiento y en 1937 se anuló. Ahí terminó todo y llegó el Vigo, que en los cincuenta y sesenta era oscuro y gris, como el país pero mucho más, en una ciudad trabajadora con escasa vida social en la calle, al contrario de las urbes cantábricas, de Coruña a San Sebastián, construidas incluso socialmente frente al mar. Vigo estuvo de espaldas, pero es pasado. Ahora tiene espacios de encuentro, como las Avenidas y la Porta do Sol, y la playa forma parte del día a día, pese a que aún falta una conexión con un transporte eficiente y rápido. Y mantener los árboles de gran porte.
