Opinión

Cataluña y la inteligencia

La leve condena a ArturMas y a sus dos compañeras estaba incluida en el guion de la farsa. Solo una cosa resultó sorprendente, tanto para los encausados como para los ciudadanos en general, la levedad del resultado. Un juego de prudencia judicial tomado por unos como debilidad y por otros como cobardía ante su poder. A los primeros les vale para criticar la falta de ideasdel ejecutivo del Estadoen el conflicto, a los segundos para afirmarse en el camino emprendido hacia la independencia. Pero, como corresponde al mundo de la comedia política, en ambos casos puede usted darle la vuelta al calcetín y emplear la condena a la inversa. El resultado será el mismo, el drama de la confusión en una comedia de enredos.
La trayectoria de ArturMas es el ejemplo más palpable de líder incompetente e incombustible. Un personaje que abunda mucho en este tiempo de mudanzas hacia ninguna parte. Ejecutó una gobernabilidad ruinosa para Cataluña, rompió el tándem de Convergencia y Unión -gracias al cual la burguesía conservadora había mantenido el poder desde el retorno de la democracia-, propició que ambos partidos acabaran en la almoneda, es el escudero inconfundible de la corrupta casa Pujol, se escondió sin pudor en las listas para mantener el escaño, se echó en brazos de los separatistas que otrora había denostado… y ahí lo tienen levantando el estandarte del martirio para mayor gloria del disparate histórico.
Y llama la atención, pero no la sorpresa, cómo personajillos de esta calaña pueden poner en jaque la convivencia de un país –de unos países, si se quiere- por puras cuestiones personales. Parecía que habíamos llegado a un futuro donde la solvencia social estaba por encima del currículo individual de los dirigentes. Pues no. Seguimos rodeados. Miren a Tumps, miren a Putin, miren a Erdogán, miren a Bashar al-Asad… No, ya lo sé, Mas no llega a tanto, pero el fondo conflictivo es el mismo aunque el nivel sea diferente.
En definitiva todos estos personajes gozan de idéntico perfil. Disocian el “demo-pueblo” del “cracia-poder”, de forma que manipulando el primero alcancen el segundo para beneficio personal. Lo hacen sin pudor, sin temor al juicio de la historia ni a las consecuencias sociales nefastas que puedan originar. El que venga detrás que arree, es su ideología vital. Puigdemont lo dejó bien claro al valorar la sentencia “lo que la justicia española condena lo absorberán los votos”. ¿No les suena esto a Camps en Valencia, a Fabra en Castellón, a Gil en Marbella y a tantos otros populistas?
El añejo conflicto catalán no se va a resolver mediante las urnas porque no es producto de la voluntad popular. Ni de la de ahora, ni de la histórica. Es una ficción, forjada por los intereses de una burguesía del siglo XIX, totalmente anacrónicaen el presente. Tampoco es a los tribunales de justicia a quienes debería corresponder poner orden y cabeza en este teatro del absurdo. Debiera ser la inteligencia –ese personaje que nadie logra ver en la escena política- la protagonista. Sin embargo, el elenco no la lleva en sus roles.
 

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