Opinión

Un tranvía llamado...

Tennesse Williams no habría llamado deseo a la tragedia que vive el PSOE de la capital del Estado. Probablemente tampoco habría conseguido el Premio Pulitzer con esta pieza que promete ser antológica en la vida interna de los socialistas madrileños. Una agrupación perseguida por la larga sombra de los enfrentamientos históricos, desde los tiempos de Largo Caballero e Indalecio Prieto, hasta el día de ayer.
Estamos ante un tranvía llamado destitución y el argumento del drama tiene la autoría de un colectivo, aunque lo firma en solitario Pedro Sánchez. Es su obligación. La pregunta más reiterada, tras conocerse el cese fulminante de Tomás Gómez como secretario general de Madrid y candidato a la presidencia de la Comunidad, era: ¿por qué de este modo y ahora? Las respuestas se fraguaron según las fuentes. Es decir, no existió claridad ni clarividencia.
El recorrido de este tranvía llamado Tomás Gómez tiene un largo trayecto y una serie de paradas donde se han ido bajando muchos socialistas madrileños conocidos y perdiendo muchos votos anónimos. El último episodio de unas primarias, ganadas gracias al control del conductor y la desconfianza de los viajeros, se convirtió en una etapa del tranvía con las puertas cerradas. Imposible subir o bajar.
Es innegable que algunos barones madrileños, para derribar a Gómez habían depositado el deseo en el tranvía de Parla, no obstante las circunstancias legales aparcaron el sueño. Al mismo tiempo el PP aplaudió su afirmación como cabecera socialista al considerarla la más débil. Las encuestas publicadas mantuvieron esa misma imagen.
Ahí, en ese punto, los dramaturgos del partido se pusieron manos a la obra. Era necesario crear una trama, buscar los personajes adecuados y escribir los diálogos pertinentes. Para afianzar cualquier decisión empezaron por realizar una encuesta interna entre próceres. Unánimemente opinaron que Gómez debía de hacer mutis por el foro apenas iniciado el primer acto. Luego vino la encuesta, también secreta, con preguntas a los madrileños. El resultado fue nuevamente negativo para Gómez, seguía cayendo en intención de votos y en popularidad. O salía de escena en el segundo acto o la obra no llegaría al tercero.
En esa encuesta también aparecían otros nombres y todos resultaban mejores actores y tenían papeles más creíbles que el del protagonista. Los dramaturgos hablaron con ellos y finalmente encontraron un ángel salvador. Con todas las piezas en la mano solo restaba intentar que la tragedia quedara en drama. No contaban con que el protagonista prefería la inmolación y hasta la muerte del apuntador antes de una retirada en silencio. Y es que en el tranvía de la política actual viajan más intereses personales que literatura colectiva.

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