Opinión

Títulos y méritos

Conocí a un político que había alcanzado relevantes puestos en la administración del Estado y presumía tanto de títulos como de méritos. Jubilado, estaba al final del camino cuando yo empezaba en este oficio de escribir, me ganaba unos duros y pesetas revolviendo archivos e, incluso, haciendo pinitos en el oficio de “negro” para empresarios ególatras y políticos al servicio del régimen del treinta y seis.
Aquel pintoresco personaje había llenado el salón de su casa con diplomas enmarcados, poseía una amplia biblioteca, bien nutrida de enciclopedias compradas a plazos, y un curioso archivo personal donde acumulaba los más variopintos papeles, documentos, recortes de periódicos, fotos en blanco y negro y hasta propagandas de los cines y teatros. Me contrató para ponerlo en orden con el objetivo final de escribirle su biografía.
Resultó arduo y estéril. Del cobro, ni mentarlo. Sin embargo descubrí interesantes mecanismos y curiosidades que posteriormente me dieron soporte para algunos personajes de mis cuentos y novelas. Y esta mañana don Casto, que así se llamaba, ha entrado por la puerta de la memoria al escuchar y leer sobre el lío de Cristina Cifuentes y su máster universitario. 
Aquel buen señor de bigotillo rectilíneo, ojeras y bolsas moradas, gafas oscuras y engolada pronunciación, había conseguido una serie de becas y prebendas realizando onerosos estudios de investigación sobre el ferrocarril, una de sus especialidades. Cuando llegó el momento de ordenarlos, con asombro descubrí que bajo una docena de títulos diferentes se ocultaba un único texto, compuesto con refritos de otros autores. No obstante todos formaban parte de su currículum oficial como obras diversas. Frente a mi espanto y pudor, él se limitó a decir:
-No sufras. Los haremos desaparecer. Quémalos todos, menos uno.
Fue entonces cuando comprendí lo absurdo de los currículums como elementos de valoración de la profesionalidad. Y a lo largo del tiempo he comprobado, ya sin asombro, cómo méritos sobre el papel anuncian fracasos profesionales en los procesos de cambios laborales. Cómo la titulitis es una enfermedad incurable de la que no se libran ni las nuevas generaciones, sobradamente preparadas.
El caso de Cristina Cifuentes, quien a sus cuarenta y cuatro años preside el PP y la Comunidad de Madrid, después de una larga carrera política para la que, seguramente, no ha necesitado hacer valer sus títulos académicos y sí su capacidad de maniobra, el poder de las conspiraciones, las influencias varias, las mentiras batidas con Colacao o las disputas disueltas en Coca Cola… el caso de esta señora, digo, es el paradigma de la eterna figuración y de la hipocresía nacional.
Cifuentes quizás haya engordado su currículum, como tantos, con una mentira monumental y si viviera en Alemania tendría que dimitir pero, como pertenece a la estirpe de don Casto, quizás le valga con quemar o hacer desaparecer el cuerpo del delito con la complicidad de la propia Universidad. La picaresca en este país es un mérito consagrado. 

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