Opinión

El regreso del abuelo

En la estación de ferrocarril de Ourense he tropezado con una vieja costumbre que creía desaparecida. Si usted se detiene un rato en los vestíbulos enseguida se percatará de la presencia de abuelos y jubilados. Aunque también hay algunas mujeres, la mayoría son hombres. No aguardan por ningún tren ni te ofrecen ningún tipo de fonda, pensión u hotel, como acontece en otras terminales. Según mi amigo José, son simples paseantes rutinarios que acuden a ver pasar los trenes y la gente. Una costumbre del pasado, de cuando los abuelos buscaban el sol y no se enclaustraban frente al televisor.
José es uno de ellos, aunque me confesó no disponer de mucho tiempo “para este placer de la mirada y la tertulia”, porque cada día está más ocupado en solucionar problemas cotidianos. Asuntos “que creía superados” por el progreso y las buenas políticas sociales emanadas de la democracia. Él fue un activo luchador político en la clandestinidad, en el socialismo, en el galleguismo, en el sindicalismo… Y decidió descansar, leer y pasear cuando consideró que había dado al país cuanto podía y por ello tenía derecho a una jubilación digna, mientras su familia se prolongaba con cierta fortuna y comodidad gracias al progreso alcanzado.
Ahora José está desolado y desesperanzado palpando “la corrupción que nos destruye políticamente” mientras el presidente del Gobierno “se monta en bicicleta para pedir votos que no merece”. Para José, a la política se le han caído las virtudes de las ideologías de izquierda en el saco de la economía demagógica. “Y esto nos conduce sin remedio al fracaso colectivo”.
Paseando por el andén de la estación me contó que ha vuelto a la actividad como canguro de sus nietos, chófer de una de sus nueras, ayudante a ratos en el bar de su hijo, prestamista sin retornos de una hija separada y en paro, hospedero del hijo mayor y su familia –arruinados por la crisis-, recadero y cocinero cuando María, la esposa, no puede moverse por la artritis reumatoide…
-¡Ya ves, mi política ahora es mi familia! –Me dijo con sorna-. Tanto luchar por lo colectivo para acabar de lazarillo de lo privado… Y sin esperanzas. Gasto más que ingreso, moriré arruinado.
Le comenté que casi seis millones de personas, un 60% de los jubilados de ambos géneros, padecen esos mismos martirios. Se calcula que un 40% de ellos ocupa su tiempo con los nietos y otros tantos mantienen o ayudan a los hijos con sus pensiones.
-Mal de muchos, consuelo de tontos –replicó-. Y el más tonto, ya ves,  pide el voto en bicicleta… Una parábola de la realidad…
En eso llegó mi tren y nos despedimos.

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