Opinión

Quizás sea primavera

Cuando llegan estos días, internacionalmente dedicados a la poesía por una parte, al agua y al árbol por otra y a pescar votos por todas las esquinas, los salpullidos de la primavera, alergias incluidas, en lugar de invitarnos a la alegría de la Naturaleza renovada están sembrando de incertidumbres la vida cotidiana.
A la vista tenemos disparates para coleccionar. La convulsión en Europa se llama brexit, a la vuelta de dos manzanas tenemos las elecciones al Parlamento europeo y el Reino Unido no acaba de salir ni por la puerta grande ni por la pequeña. Al conflicto de la ruptura se suma el evidente despropósito de tener que celebrar elecciones a una institución de la que están divorciándose. ¿Hay quién de más para demostrar la incompetencia de los dirigentes europeos? Estamos ante el gran ejemplo de cómo la historia es siempre una suma de errores que alguien contará en el futuro como un hito, un acontecimiento glorioso o un gran paso estratégico de una parte de la humanidad insolidaria.
Pero las banderías de la insolidaridad recorren el mundo. Ese jinete del Apocalipsis cabalga sobre las disputas territoriales, con el mismo espíritu y filosofía de los reinos medievales. Así mientras los ingleses, siempre poco europeos, tratan de irse casi la mitad de los catalanes se han vestido de amarillo vaticano para, en esta primavera electoral, seguir reclamando una puerta de salida de la convivencia española. Y asistimos a ese anacrónico espectáculo de ver como partidos de derechas (gente de orden se titulaban en el pasado) desobedecen las leyes, que debieran hacer guardar, para exhibir símbolos pretendidamente republicanos.
El problema catalán, con sus líderes en el banquillo o fugados, esta primavera ha llegado a la cumbre de sus contradicciones. En el juicio estamos viendo como las ratas del procés empiezan a abandonar el barco. En las manifestaciones convocadas en Madrid ellos mismos han puesto de manifiesto la libertad democrática de que gozan. Y en el teatro de los lazos amarillos una vez más se les han caído las bambalinas dejando al descubierto la ficción que representan Quim Torra y los suyos, simulando que aceptarán una decisión del síndic catalán, que ya conocían antes de solicitarla, para retirar los lazos amarillos de las instituciones. ¿Es esto hacer política?   
Y mientras los escolares siembran árboles, recogen residuos en las playas o se manifiestan contra el cambio climático, la Naturaleza se revela contra el poder de los humanos para autodestruir la propia casa. Ciclones, inundaciones, erupciones volcánicas, aludes de nieve… Y sin embargo nada de esas acciones, ni las de la juventud concienciada, ni las de la propia Tierra, impiden que las industrias sigan contaminando, que personajes tan poderosos como Tump nieguen la involución del clima, que las ventas de automóviles sostengan el consumo capitalista o que la lucha contra el uso del plástico se dilate en el tiempo por razones económicas. Esta no será la última primavera, no, porque la Naturaleza es sabia, pero es posible que nuestros sucesores no la gocen como lo hicieron nuestros antepasados. Las monedas falsas cada día tienen más poder y valor. 

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