Opinión

¿Por qué arde el monte?

Llevamos décadas formulando esta pregunta sin obtener respuestas convincentes. Hay teorías para editar una enciclopedia del absurdo y de los intereses variables de cada tiempo. Los montes gallegos arden con la más absoluta impunidad para los incendiarios y para quienes han aprovechado la oportunidad de trabajo y negocio que generan. Y por mor de la costumbre, el desgaste político, que en algún momento pudieron suponer para los responsables, está amortizado. Nunca vemos a los culpables condenados en la plaza pública.
Estos días el fuego ha vuelto a la Baixa Límia, a la Serra do Xurés, a todo ese territorio protegido por su riqueza natural, paisajística, biológica e histórica. Las condiciones meteorológicas influyen poderosamente pero, sin embargo, es la acción del ser humano la culpable esencial del problema. Y cuesta aceptar la indefensión de este Parque Natural que, haciendo frontera con Portugal, se extiende por los ayuntamientos de Bande, Lobeira, Entrimo, Lobios, Muiños y Calvos de Randín, declarado como tal desde 1993 y ampliado en 2002, que también es Reserva de la Biosfera y ZEPA (Zona de Especial Protección para Aves). 
Debo confesar mi debilidad por esta parte de la ourensanía, que he recorrido infinidad de veces, he escrito sobre ella, imaginé un cuento muy querido sobre el río Límia, Lethes o del olvido para los romanos, publicado por Xerais en 1988, y he tratado de divulgar sus riquezas en cuantos foros me ha sido posible. 
Me ha gustado seguir el río Caldo, adivinar las huellas de las calzadas romanas, imaginar a los suevos asentando su reino en este paso natural, recrearme con el pasado de Aquis Querquennis, con el de la feligresía de Santa Comba, con los trabajos para abrir la Vía Nova que unía Braga con Astorga, he tratado de entender a los vecinos de Cela, quienes construyeron sus viviendas adosadas a enormes cons de piedra…
Y siempre he tenido la impresión de que este territorio fue en el pasado tierra de paso de culturas, pero también un asentamiento próspero. Y he visto como la despoblación está causando, además de incendios y otras catástrofes paisajísticas, el abandono de una geografía repleta de posibilidades vitales. No llegan a 8.000 los habitantes de toda esta extensión, están concentrados en los núcleos principales y los pensionistas son la principal fuente de sustento garantizada. La soledad es el anuncio del porvenir.
He aquí un ejemplo de zona rural, con posibilidades de futuro, anclada en la desidia del tiempo. El turismo y la explotación termal se han asomado tímidamente sin conseguir, de momento, arrastrar otras iniciativas. La riqueza paisajística y biológica no pasa de fotos para catálogos. Los recursos agrícolas están olvidados por falta de rentabilidad…
Días atrás han pillado a un brigadista de 21 años prendiendo fuego al monte. Una peligrosa evidencia de que el fuego se ha convertido en fuente de trabajo por estos parajes. 
 

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