Opinión

Pecados económicos

Desconocemos cuáles son los méritos como gestor cultural de Màxim Huerta para merecer ser ministro de Cultura y Deportes. Ya no los vamos a descubrir, ni tampoco nos los va a desvelar Pedro Sánchez. En una semana el personaje se ha convertido en agua pasada. Y aunque no es la primera vez que acontece un caso semejante en el proceloso mar de la vida pública, nunca había llegado la tormenta a instancias tan altas y fulminantes. A Feijóo estuvo a punto de sucederle algo parecido. ¿Recuerdan a Luis Carrera, aquel candidato por Ourense, de quien tuvo que prescindir en plena campaña electoral por problemas con el fisco? 
Y es que, no sólo en todas partes cuecen habas, sino que los pecados económicos están tan incardinados en este país de la picaresca y la simulación, que hemos llegado a no tener inocentes capaces de lanzar la primera piedra. El principal activo con el que contaba el exministro era la popularidad, el resto, como el valor en el ejército, se le suponía. Màxim parece simpático, buen comunicador, periodista avezado y es autor de una decena de novelas, algunas de éxito. Como gestor no tiene haberes en su cuenta, pero a lo mejor en el Ministerio de Cultura hacía un curso acelerado y lograba actuar con eficacia.
De este suceso (una desgracia para el propio Màxim) podemos extraer varias lecturas. La primera es, una vez más, la falta de criterios serios con los que desde las instancias del poder político se aborda la gestión cultural. Durante mucho tiempo las concejalías, consejerías e incluso ministerios de cultura fueron floreros de segundo nivel. Aquella inercia fue cambiando y los proyectos culturales lavaron la cara de muchos gabinetes, hasta la llegada de la crisis y los recortes económicos. De nuevo la cultura pasó a ser pan, circo y la cenicienta en los presupuestos.
Tengo la sensación de que Màxim Huerta llegaba al Ministerio huérfano de proyecto y de equipo propios. Es posible que, por su oficio, conozca los grandes problemas del mundo de la cultura, otra cosa es dominar los engranajes para resolverlos. Resultó poco aleccionador verlo de espectador en un torneo de tenis antes de sentarse en su nuevo despacho y conocer sobre qué terreno pisaba. La frivolidad mediática primando sobre la gestión. Mal augurio.
La segunda lectura, de la que el nuevo ministro debe tomar nota, debemos hacerla en clave económica. Los profesionales de la cultura –artistas, escritor@s, creador@s, editor@s, comunicador@s, gestor@s…- nos movemos sobre un magma administrativo y fiscal insoportable. Tener éxito económico puede suponer la ruina, convertirte en pecador sin remedio y, como Màxim, sumergiste en el descrédito social con la mácula del defraudador, sin que haya mediado intención de delinquir.
El mundo profesional de la cultura es un sindicato de oficios varios cuyas especificidades están, por lo general, en el limbo de la incomprensión lógica y de las consecuentes injusticias de ahí derivadas. También en el de las persecuciones administrativas y, como hemos sufrido con Montoro, hasta políticas. El caso económico de Màxim deberemos situarlo en esos universos.    
 

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