Opinión

Nadia y los Gaila

DESDE 1919 Juana la Reina, hermana de Pedro Gaila, anda por los escenarios del mundo arrastrado el carro de su hijo Laureaniño, un pobre enano hidrocéfalo, disminuido síquico y víctima de la España profunda del siglo XIX y de todos los tiempos en los que la picaresca y la avaricia se dan la mano para mover hacia la caridad las almas voluntariosas y a los incautos.
En su “Divinas palabras” Ramón María del Valle Inclán hizo un retrato magistral de una sociedad que parecía llamada a desaparecer con el progreso y la universalización de la cultura. Escenificó la corte de los Gaila: Pedro, el sacritán, su mujer adúltera, llamada la Mari Gaila, y Lucero el amante, Rosa la Tatula, Marica del Reino, Sominiña hija de Pedro, el Marica, el alcohol, el hambre… y entre todos ellos el pobre tarado sentado en su carro, llevado de una romería a otra, para remover voluntades, sentimientos y los bolsillos pudientes. El infeliz Laureaniño, gracias a su rara enfermedad, se convirtió en el sustento de la madre y en la herencia más deseada para los parientes cuando María la Reina muere en la primera jornada del drama. La pugna por poseer el carro con su habitante acaba en borrachera y con la muerte del desgraciado. 
Una gran parábola que vemos en el teatro o en el cine con la tranquilidad de haber pasado página y de estar en otro estadio del carrusel de la Historia. Pero no es cierto. Un tal Fernando Blanco y su mujer Marga Garau no han dudado en sentar a la niña Nadia Nerea en el carro de la farsa, para bien vivir de las rentas de su enfermedad, generando una estafa universal. La criatura quizás ni sea hija biológica del estafador y su tricotiodistrofia parece leve, aunque incurable y para la que no existen los caros tratamientos inventados por el matrimonio. La aldea de los Gaila se ha trasladado a Mallorca y las romerías parroquiales gallegas a las redes sociales, pero el esperpento resulta formalmente idéntico.
Es probable que el matrimonio Blanco-Garau haya recogido más de un millón de euros en donaciones –limosnas-, libres de impuestos y no sujetos a fiscalización por ninguna ley. La caridad, ya lo he escrito alguna vez, es siempre un fracaso de las políticas sociales y este esperpento moderno así lo acredita. Las necesidades de sexo, alcohol y comida del drama de Valle, ahora se llaman consumo, avaricia y lujo, sustentados por los mismos mecanismos del oportunismo, la trapisonda y el sentimentalismo.
Están claras las dificultades para luchar contra quienes se cuelan con mala voluntad en el tejido de las ONGs verdaderas, de las peticiones públicas para poder investigar enfermedades raras, de las recaudaciones auténticamente generosas… Pero también resulta palpable que si existen estas organizaciones permanentes o temporales es por la falta de políticas sociales eficaces de los Estados.
Al final, la auténtica víctima de estos nuevos Gaila será, como el pobre Laureaniño, Nadia Nerea, ya inmisericordemente separada de su madre. Y además, nunca escucharemos divinas palabras al concluir el caso.
 

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