Opinión

La jugada real

Desde los albores del siglo XIX los conservadores españoles han sido los principales promotores de las restauraciones borbónicas anotadas en los anales de la historia. Sin embargo esto no quiere decir que la derecha hispana sea una corriente de fervientes monárquicos. Es más, ha dado lúcidos liberales, interesantes republicanos y peligrosos espadones inclinados al fascismo y la dictadura. Yo diría, incluso, que la opción monárquica para ellos ha tenido por objeto disponer de jefes del Estado manipulables. Tal sucedió con Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, María Cristina, Alfonso XIII, con los famosos pretendientes del carlismo y con don Juan “sin reino”.
Pero llegados al último tercio del siglo XX cambiamos de tercio y la restauración monárquica, en la figura de Juan Carlos I, a los conservadores les salió rana. Por fin subía al trono un Borbón inteligente, preparado y más pillo que el resto de toda su estirpe junta. Después de la intentona “primorriverista” del 23-F, desde la caverna no tardaron en calificarlo de traidor. Cuando más tarde sintonizó con los socialistas y especialmente con Felipe González, lo inscribieron en la lista negra de los enemigos irreconciliables.
La llegada de Aznar marcó un hito. Las relaciones con el monarca, de frías fueron pasando sin pausa a beligerantes hasta prohibirle viajes oficiales y romperse al llegar a los sucesos de Atocha en víspera electoral. Aquella noche fatídica, el Gobierno de Aznar intentó pasar de la manipulación mediática a la suspensión de las votaciones. Juan Carlos se negó a firmar semejante disparate y, como consecuencia, el PP perdió las elecciones dejando a Mariano Rajoy compuesto y sin despacho en La Moncloa. ¿Culpable? La jugada real.
Juan Carlos I abandonó el trono como consecuencia de sus errores privados y perseguido más por la derecha mediática que por los desafectos de la izquierda o los sueños republicanos. La entronización de Felipe VI ha vivido hasta ahora en una pausa de expectación y en lo que parecía una reconciliación con los conservadores. Hasta este momento, cuando nuevamente el PP se ve en la necesidad de llamar al camión de mudanzas para salir de La Moncloa.
Rajoy ha vuelto a intentar la jugada de Aznar. Ha repetido el error. Frente a la pérdida del poder, ha tratado de recurrir a la manipulación y colocar al monarca en el trampolín de sus intereses de partido. Hemos sabido que, investido con el lema de “yo o el caos”, ha tratado de cambiar el curso de la legalidad con la rúbrica de un monarca novato. Sin embargo, Felipe VI ha sabido jugar sus cartas institucionales, con serenidad y discreción, anteponiendo la cordura democrática a la obcecación por mantener las riendas del poder. De nuevo la jugada real ha colocado al socialismo como salvaguarda. Nos repetimos.
 

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