Opinión

De Pemán y Sánchez

Teníamos un profesor de educación física, quien durante la guerra incivil había sido alférez provisional, que solía hacernos cantar el Cara al sol para empezar las clases y el Himno nacional para concluirlas. Éramos alumnos de primaria cuando aún las niñas –oscuros objetos de deseo- estudiaban con las niñas y los niños –machistas en ciernes- en rediles con los niños, como en algunos de esos centros anacrónicos aún vivos hoy, subvencionados por el pensamiento de ayer. 
No sé si con aquella práctica don Luis despertó el espíritu nacional de mis colegas, el mío desde luego que no. Nunca he amado ni admirado los himnos, ni las banderas, ni los escudos, aunque los respeto. Tengo la impresión de haber sido vacunado contra esas pasiones. De la canción de la Falange Española sólo llegué a memorizar hasta “la camisa nueva que tú bordaste ayer”. De la Marcha real o de granaderos me quedó la burla que hacíamos cantando: “arriba España que es un saco de castañas lleno de patrañas”.
Mi hija Dubra, diez años, cuando alguna vez le he dibujado aquellas escenas escolares, me preguntó si entonces nuestra vida era en blanco y negro, como en las fotos. Y, la verdad, es que al escuchar estos días a Marta Sánchez cantando su versión del himno de España no he podido evitar retrotraerme a esa época sintiéndola descolorida, donde la letra del poeta oficial del franquismo José María Pemán nos obligaba a “alzar los brazos hijos del pueblo español”. Y he empezado a sentir de nuevo los patios de los colegios llenos de banderas ondeando sobre atronadores cantos de himnos, desde los cuales se enfrentan identidades, se despiertan sentimientos de patrias de ficción, de súbditos fieles a reyes imperialistas y leyes opresoras, de intereses turbios, de tropiezos históricos, de insolidarios sentimientos.
Marta Sánchez, al cantar su “vuelvo a casa, a mi amada tierra”, me ha parecido verla reivindicar a aquel entrañable Juanito Valderrama, emigrante oficial, de “adiós mi España querida”. He temido que la letra de Marta huela a rancio, a radionovela de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, a la Enciclopedia Álvarez, a gomina, a bigotillos rectos y a gafas oscuras en días de lluvia.
Me ha parecido que su himno es una respuesta a la estelada –esa otra anacronía de líderes de cartón piedra a la fuga-, lo he sentido como la exaltación del retroceso que venimos sufriendo con el crecimiento de la desigualdad laboral, la opresión de las ideas liberales, las condenas a la libertad de expresión, el encarcelamiento de raperos iconoclastas, el secuestro de libros, el recorte de las identidades lingüísticas y culturales. Me ha olido a Pemán y a su Divino impaciente.
Sí, es verdad que también hay himnos poéticos, de hermandad universal y hasta tabernarios, como el de Asturias. Que no todos son bélicos o anacrónicos, que hasta Sabina le puso letra a la misma música que Marta, pero igualmente con poca fortuna. Que está bien, incluso, que la cantante compositora quiera “guardar un sitio” para volver después de muerta, aunque de momento le resulte más rentable e insolidario resistir en un retiro dorado del extranjero.   

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