Opinión

Cuatro millones

Por esos mundos de dios anda rodando una estadística sobre los juegos de azar, en ella se asegura que los grandes ganadores de la lotería se gastan el premio en cinco años y tres de cada cuatro se arruinan. Y es que aquellos bienes caídos del cielo por sorpresa no se valoran del mismo modo que cuanto se consigue con el esfuerzo y el trabajo.
Este mes de enero se cumplen cinco años del origen de Podemos, los mismos que se cumplirán de su llegada al Parlamento europeo con el estandarte del cambio, mientras la socialdemocracia se hundía en toda Europa y se sentaban las bases para que homólogos de los podemitas avanzaran en Grecia o fenómenos como el de Emmanuel Macron pudieran irrumpir en Francia. De inmediato la pedrea de las encuestas fue llenando las bolsas circulares de la cuadrilla universitaria de Pablo Iglesias, con más ruidos que nueces, hasta consagrarlos con un gran premio de casi cuatro millones de votos en las elecciones generales de 2015.
No alcanzaron el cielo, no, pero el azar los hizo afortunados, especialmente en soberbia. Y como nuevos ricos pusieron sobre el tapete de la política nacional los trampantojos habituales de quienes se consideran en posesión de la ideología única y verdadera, con la carencia de no ser una religión, donde la fe puede más que la razón. Desde esa subida al trono, hasta hoy, han desbaratado toda fortuna dándole la razón a la estadística del azar.
Y fíjense en los pálpitos de la ruina. Se han cumplido cinco años de la publicación del manifiesto fundacional sin celebraciones y con un conflicto monumental en la Comunidad de Madrid, tras el desplante de Iñigo Errejón. El rosario de fundadores y fundadoras, quienes habían comprado los décimos de la lotería, prácticamente no están en los carteles. Iglesias se ha quedado con el bronce de tercera fuerza. Y van camino de la disolución en un coctel de siglas enfrentadas: En Común, Mareas, Adelante Andalucía, Ahora Madrid… Ya no son ni izquierda ni derecha –nunca lo quisieron-, ni están arriba ni abajo –nunca lo tuvieron claro-, y se parecen tanto a las castas que las han engrandecido en el seno de sus círculos.
Sin embargo, lo peor de esta ruina pueden haber sido dos daños colaterales. Uno, el miedo generado en la derecha que movió a los poderes fácticos a potenciar el auge de Ciudadanos para recoger la indignación de derechas que abandonaba al PP. Y dos, el desencanto generado en las nuevas generaciones de izquierda alejadas del PSOE.
Aun así, contra todo pronóstico, en España el bipartidismo resiste más que en el resto de Europa. El PP se ha roto en tres facciones distintas con un solo fin verdadero: mantener los mimbres del poder. El PSOE conserva en sus manos las tablas de la ley socialdemócrata, otra cosa será la capacidad para recuperar el predicamento entre las nuevas generaciones progresistas evitando que esos votos duerman en la abstención.
Podemos, aunque nunca fue realmente ni municipalista ni autonomista, después del fracaso en Andalucía, se enfrenta a un mayo electoral con pocos números de la lotería. Han tirado cuatro millones de votos a la basura haciendo buena la sentencia: “A quien se le da cuanto no se merece, se envanece”.  

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