Opinión

El barco varado de Abel

Subes por la avenida de Castelao camino de Samil y de pronto surge ante el parabrisas una inmensa mole. El efecto óptico es el de un paso cortado, de que el caos urbanístico de Vigo ha permitido, una vez más, la edificación de un nuevo mamotreto en el lugar menos pensado del mundo. Pero no. A medida que consumes metros te percatas de que la aparición es un barco. El famoso barco varado de Abel Caballero, antes llamado de Alfageme. 
Y una vez que estás allí, frente a la prueba de la polémica, como la curiosidad te puede, no continúas camino adelante, das una o dos vueltas a la rotonda procurando quedarte con algún detalle importante y llevar contigo un juicio positivo o negativo sobre la iniciativa. No sé cómo quedará al final el monumento pero lo visto no me parece el disparate que ciertas opiniones, políticamente interesadas o no, han transmitido.
Al continuar hacia Samil me asaltaron los recuerdos de otras trifulcas históricas semejantes a la del barco varado de Abel. Por ejemplo las que generaron la construcción del Palacio de Rajoy y la fachada barroca de la catedral en Santiago. Si hubieran ganado los del no, la Plaza del Obradoiro sería otra muy diferente. ¿Mejor? Imposible definirlo. Luego pensé en otros símbolos como la torre Eiffel, a la que le predijeron una cortísima existencia. O la pirámide del Louvre, escándalo de los escándolos museísticos. O el Centro Pompidou, por el que llevaron a la hoguera del arte a los arquitectos Renzo Piano y Richard Roger, luego imitados en todo el mundo. 
Y sin apartar el pensamiento de Vigo, cómo no recordar los ataques contra El Sireno de Paco Leiro, o contra los Caballos de Oliveira, hoy símbolos de la ciudad… Y me vino a la mente el Museo Vasa de Estocolmo, que en realidad es el mayor buque de guerra construido en el siglo XVII. Se hundió a unos trescientos metros del puerto de salida. En los años cincuenta fue rescatado y hoy es la admiración de todos los aficionados al mar, a la historia de la navegación y a los desastres de las malas políticas.
El barco de Alfageme acabará convirtiéndose en otro símbolo de Vigo. Quizás de aquella ciudad que construía barcos y pescaba en todos los mares del mundo. Acabará siendo un recuerdo, un libro para la nostalgia al que acudan los turistas para fotografiarse junto a él. Yo lo habría colocado con la proa mirando a Samil, el impacto visual en la rotonda sería menor. Además, yo lo convertiría en visitable, en un reducto histórico, como el Vasa, de las artes de pesca perdidas. Del Vigo varado perdido.  

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