Opinión

¿Y mis ganas de vivir?

Para cuando la niña rompió a llorar en el hombro de su madre sus ganas de vivir se habían perdido entre las paredes del colegio y las humillaciones y desprecios de quienes veían en ella un blanco fácil y vulnerable. Su adolescencia tranquila y carácter amable no iba al ritmo efervescente de las hormonas de ciertos compañeros y compañeras que disfrutaban acosándola y derrumbando su débil barrera contra la agresión. Ella solo quería seguir como siempre, jugar, estudiar, vivir. No entendía por qué, de pronto, su afabilidad y sus buenas notas despertaban envidias y reproches. Sus deberes se convirtieron en trofeos que se repartían en clase y su tristeza y sus silencios se vieron ensordecidos por los falsos rumores, las burlas y las vejaciones, mientras su estuche volaba por los aires entre las risas de quien encuentra placer emponzoñando la vida de los otros.
En España, la lacra del acoso escolar afecta a un 4% del alumnado, según el Ministerio de Educación. Un informe de Save The Children de principios de este año refiere que un 9,2% de niños y niñas son víctimas de este acoso, un 8,4 en Galicia. El informe concluye que uno de cada diez alumnos reconoce haber sido acosado o acosada. Estas agresiones incluyen insultos directos e indirectos, difusión de rumores, exclusión, amenazas, pequeños robos y hasta agresiones físicas. Los motivos -sin motivación- van desde la manía, la orientación sexual, el color de piel, las envidias, las bromas pesadas, o simplemente un ¿por qué no?. Casi un 20% de acosadores o un 15% de ciberacosadores no saben siquiera la razón de su cruel comportamiento. Aunque por supuesto sucede también, ni siquiera es preciso ponerle una mano encima a la víctima, haciendo del maltrato psicológico un verdadero arte que se retroalimenta cuanto más daño hace.
En 2015, el último informe de la Fundación Anar, que ayuda a niños y adolecentes en riesgo, afirma haber atendido cerca de 370.000 peticiones de ayuda, de las que 25.000 se referían a algún tipo de violencia escolar. Según reconocen, los casos crecieron un 75% con respecto al año anterior. Afortunadamente, en la actualidad contamos ya con una línea institucional telefónica directa para luchar contra el bullyng -900 018 018-, cuyas llamadas son gratuitas, anónimas y no aparecen en la factura del teléfono.
La niña derrotada de esta historia no conoce estos datos ni la razón que cambió su tranquila cotidianidad ni cómo luchar contra esta asquerosa e injusta situación. Está lejos de la reflexión sobre la raíz del problema, su conexión con la política y los vínculos con la crisis de los valores sociales, culturales, del sistema educativo o de la propia educación en el seno de las familias. Ella solo se abraza con más fuerza a su madre y le pregunta con profunda tristeza, ¿y mis ganas de vivir? Ojalá podamos devolvérselas entre todos los que creemos en la perentoria necesidad de crear un mundo donde la tolerancia, la justicia, la igualdad y el respeto entierren la violencia y la ruindad enraizada en la vacuidad de las conciencias mediocres que buscan su minuto de gloria denigrando a los demás. 

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