Opinión

Qué riquiño

Amancio Ortega no solo es ya el hombre más rico del mundo, como recoge el ranking de la revista Forbes, sino que podría ser también uno de los más riquiños. Porque aunque la fortuna de los casi ochenta millones de dólares que se le atribuyen es importante –sobre todo para él-, mucho mayor es el valor de la donación de su Fundación al Sergas, que supone una inversión de diecisiete millones de euros que se pondrán al servicio de la lucha contra el cáncer de mama.
Esta aportación permitirá la adquisición de nuevos equipos tecnológicos -en concreto dieciséis innovadores mamógrafos digitales que se instalarán en los centros sanitarios de Galicia- y la mejora de los equipos de radioterapia, avanzando en la detección precoz del cáncer y el tratamiento de la enfermedad. Este no es el único proyecto impulsado por la Fundación Amancio Ortega en Galicia, que ya ha financiado también -entre otros- quince escuelas infantiles en un período de nueve años.
Pero es posiblemente el más importante desde el punto de vista cualitativo, por su repercusión en la lucha contra una enfermedad que sigue siendo el tipo de cáncer más frecuente en la mujer y la primera causa de muerte por tumores malignos entre ellas. Una inversión que supondrá mejorar el diagnóstico precoz y seguir incrementando una tasa de supervivencia que -con mucho esfuerzo y escasa inversión- cada año aumenta un 1,4%, llegando hoy casi al 90% en los cinco años siguientes al diagnóstico. Son muchas madres, esposas, amigas, personas cuyo valor y fuerza podemos seguir compartiendo.
Un gesto que podemos entender y apreciar todos, más allá de cualquier consideración que cupiera relacionar con intereses económicos empresariales o atractivos beneficios fiscales. Un meritorio gesto que vale más que mil orgullosos puños en alto en la cumbre del Partido Popular Europeo, que miramos con perplejidad pero no entenderemos nunca. 
Lejos de la legendaria y clásica avaricia que se le supone a los ricos y poderosos y del comportamiento codicioso y vergonzante de no pocos honorables del sector político y empresarial, este tío Gilito gallego que atesora cada vez más riqueza, encuentra tiempo y razones para la esperanza de otros en un mundo lleno de golfos apandadores. Decía Aristóteles que la riqueza consiste más en el disfrute que en la posesión. Le deseo al hombre más rico del mundo y de Galicia que siga disfrutando plenamente de estas acciones y que con ellas pueda disfrutar también mucha gente, mucho tiempo más. 
 

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