Opinión

Prometer sin sorprender

Llegó la hora. Con el anuncio de la fecha cierta para la celebración de las próximas elecciones generales, el presidente del Gobierno ha abierto la veda de las promesas grandilocuentes y a voz en grito. La cornucopia del bienestar se antoja más abundante que nunca y los partidos revelarán su ruta firme hacia la superación de la utopía de la felicidad, conscientes de que el prometer no empobrece. Es el dar lo que aniquila. Y puestos a dar -leña-, el cuarto y mitad de ilusión irá de la mano de los tres cuartos de destrucción sobre los que cimentar las posibilidades de los partidos con ansia por acaparar la mayor parcela de poder. La erosión y el desprecio público del adversario político aproxima más a la cámara de representación parlamentaria que cualquier programa electoral copiado a medida de la wikipedia política y cuyas páginas digitales permanecerán impolutas, puesto que no serán hojeadas por nadie.
Los políticos pueden prometer sin medida, pero los ciudadanos estamos en la línea de lo que ha dicho Mariano Rajoy sobre Aznar, que siempre barrunta lo que estima oportuno -e inconveniente- y Mariano hace lo que cree que debe hacer, como quien oye llover. Así, la campaña nos sobrará a millones de españoles más que nunca. Los votantes de la derecha llenarán los  congresos del PP, o probarán con las convenciones de Ciudadanos. Los acérrimos de la izquierda no faltarán a los mítines del PSOE o de Podemos. No se entiende el énfasis y el enaltecimiento en los discursos, ni tiene mérito la representación en un foro en el que ya son todos convencidos militantes de partida. Lo valiente sería intercambiar los roles y que –sin avisar- cada candidato presentara su proyecto a los seguidores de sus oponentes, jugándose el tipo.
Pero no contemos con nuevas fórmulas, a salvo del posible panorama atípico postelectoral. Tendremos que abstraernos de los argumentarios políticos manidos y acartonados y guiarnos por el impulso, porque los guapos serán bellísimos; los nuevos más frescos; los malos perversos; y los feos horrendos y hasta desdentados. Será difícil que cale ningún mensaje en especial, puesto que la capacidad de ilusionarnos está agotada y confiamos poco en lo prometido. 
El único que a mi juicio tendría margen para sorprendernos es el Presidente del Gobierno, si en un acto de sinceridad, con el pelo revuelto e ignorando los consejos de sus gurús mediáticos, se atreviese a reconocer que no hace bonito ni simpático en público y que entre sus virtudes no se encuentra  la capacidad de comunicación. Que en un mundo que va a velocidad de vértigo, él ni corre ni hace running, porque caminar rápido es más seguro; que no le preocupan. 

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