Opinión

No hay dos iguales

Cómo somos las personas. No hay dos iguales. Como le pasaba a Montaigne, encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo, como entre yo y los demás. Tomando dicha premisa como cierta, aunque en la variedad esté el gusto, desde siempre ha sido difícil ponerse de acuerdo hasta en los temas más cotidianos. Ni que decir tiene que la unanimidad brilla generalmente por su ausencia, a salvo –por ejemplo, entre otros- de los acuerdos para la subida de los emolumentos de los órganos colegiados institucionales o de representación política.
Por eso, al hilo de la propagación masiva de entrevistas o debates políticos en la carrera hacia la Moncloa y por lograr la mayor representatividad parlamentaria posible, la conciliación es impensable y no hay coincidencia a la hora de designar ganador. Que si éste ha estado más brillante, que si al otro solo le brillaba el traje; que mira que nervioso parecía Albert tirando de las mangas; vaya con Pablo, que no es tan guapo como Pedro, pero hay que ver cómo sonríe; Sánchez se entretiene pensando en el próximo "hipogrito huracanado" que dar en un mitin y Soraya que diga lo que quiera, porque tiene voz pero no tiene voto.
Y sin embargo han estado todos fantásticos -los Cuatro Fantásticos-, según quien los mire. Para gustos hay colores y para muestra un botón: mientras millones de españoles disfrutan cada miércoles del programa del "pre-riodista" Bertín Osborne, donde pueden incluso observar en su hábitat natural al presidente del Gobierno, otros evitan tal emisión por pura salud mental; también son legión los que dispuestos a defender la calidad de la serie, no se pierden un episodio de Águila Roja, ese héroe amalgama nacional de bandolero-ninja-justiciero total; o qué me dicen de la tensión dramática de Acacias 38, que espanta a unos tanto como otros la aprecian. 
Si queremos ejemplos en el ámbito internacional, es paradigmática la diferencia entre la acérrima simpatía y la náusea que, al mismo tiempo, provoca el líder republicano Donald Trump, en cuyas manos el látigo del viejo Sur y el "maletín nuclear" recuperarían la dimensión que nunca debieron dejar de tener para una buena parte de americanos. 
Somos cada uno de su padre y de su madre, y no hay dos iguales. Por eso votaremos distinto o lo mismo por motivos diferentes. Pero como en Los Inmortales, "solo puede quedar uno", y como diría el líder de Podemos, en esta etapa conciliadora por la que está pasando, con cariño y desde el respeto no pueden sino desearse lo peor. 
 

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