Opinión

Ni la tuya ni la mía ni la suya

En la sobremesa de la cena de los idiotas a la que están convocados todos los líderes políticos con aspiración de figurar, llegarán necesariamente a la conclusión de que los ciudadanos hemos desistido de cualquier propuesta, pantomima de gobierno o confianza en un futuro digno del país en manos de estos señores. Rajoy, dejando la copa a un lado y apagando con vigor el puro de la paz, espetará a sus inquietos opositores, con rictus pesaroso: “ni la tuya, ni la mía, ni la suya”. Sería sorprendente que, quien generalmente admite no tener ni idea de lo que pasa en su propio partido, llegara a tal natural razonamiento. Nadie mejor que el propio Presidente en funciones y registrador de la propiedad para dar fe de una evidencia que hay que elevar a la categoría de axioma.
Desgraciadamente esta circunstancia no lo verán nuestros ojos porque cada loco continúa con su tema, remando con fuerza hacia la espuma de la catarata, echando más madera a una locomotora descarriada y a punto de reventar. “¡A mí qué me cuentas!” Es lo que piensan los partidos, pero también lo que opinamos los que estamos hasta las narices -u otros órganos- de tanta mamarrachada. A Pedro Sánchez se lo ha dicho hasta Tsipras, con motivo de su petición de intercesión para conseguir el apoyo de Iglesias: mejor tómate un yogurt y para mí no mires, que los griegos no interferimos en los asuntos internos de otro país y a Pablo Iglesias lo conocemos de cuatro actos y unas fotos. Y eso que quien pretende ser el próximo Presidente de España ha recurrido al tono lastimero y se ha chivado de que Iglesias “es muy duro negociando”. Lo que se dice en inglés un “hard boy”, un chico duro, o más un chico malo -“bad boy”- que intenta controlar su propio feudo con mano de hierro en guante de autarquía.
Pero ni con esas despiertan ya nuestro interés. Daríamos saltos de alegría si Patxi López, en lugar de mediar para conseguir que el Gobierno en funciones comparezca ante las Cámaras, pusiera de acuerdo al conjunto de partidos políticos para resolver este enroque, disolver las Cortes Generales y convocar nuevas elecciones en diez días. Solo por ahorrarnos semanas de agonía e innumerables ocurrencias y banalidades a las que deberán acudir tristemente los medios de comunicación, ya se habría ganado el derecho a presidir el Olimpo de los presidentes del Congreso. Podríamos al fin volver a leer un periódico quienes ahora preferimos hojear avergonzados el “Cuore” en el bar. No me dirán que no es triste que la gente muestre asco por la política y mayor interés por la continuidad o no de Bertín Osborne en TVE, y si el motivo de su abandono podría tener relación con la especulación de que -fracasadas las votaciones de investidura- cualquier español mayor de edad estaría en disposición de ser designado candidato por el Rey, aunque en cualquier caso haya de tener capacidad de obrar por disposición legal y de razonar, por pura necesidad.
Capacidad de la que se carece mucho no solo en nuestro país, sino en un mundo en manos de dirigentes en cualquier ámbito que no están a la altura del respeto y la dignidad de las personas. Aunque no debemos perder la esperanza, cada vez tiene más sentido la frase de Quevedo de que “todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”. Por eso, de momento seguiremos sin solución, “ni la tuya, ni la mía, ni la suya”.

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