Opinión

Me revienta

Pueden creerme, yo no mato una mosca si no es estrictamente imprescindible, desués de haberme esforzado en echarla de casa y haber tolerado pacientemente su insoportable rondar insistente. Con los mosquitos, las arañas y demás bichos ulcerantes y ponzoñosos ya es otra cosa; su espachurramiento a la mayor brevedad posible es asunto prioritario de toda la familia, cuestión de supervivencia.
Alimañas aparte, me repugna la violencia que rebosa por todos lados y que termina por posicionarse bien arriba en el “top ten” de las características que nos definen como especie.  Mucha gente cree, incluso parte de la comunidad científica, en la existencia de vida extraterrestre inteligente que se oculta y no se manifiesta ni se comunica con nosotros porque previamente nos ha observado y nos ve venir de lejos. De los humanos que los alienígenas hayan podido abducir para examinar por disección, no pocos tendrían en lugar de cerebro un cordel cuya única utilidad sería sujetar las orejas. De ese vacío, de esa falta de conciencia a la violencia no hay ni un paso completo, porque generalmente puede decirse que no se puede pensar y golpear al mismo tiempo. 
Los ejemplos, que forman parte de la historia de la humanidad y de la misma cotidianidad, saltan continuamente a los medios de comunicación. Cada día se suceden en todas partes y la violencia se expresa de mil modos diferentes, espontáneamente. Si te pilla en su caprichoso camino, te puede reventar simplemente por casualidad, por tu mirada o por el mal gusto de llevar unos tirantes con los colores de la bandera de España. No solo, pero también, cuando la violencia se junta con violencia, del engendro surge la mismísima muerte.
Aunque es injusta por naturaleza, la violencia trata a todos por igual, sin discriminar por razón de raza, religión, género, opinión ni cualquier otra condición o circunstancia personal o social, surge repentinamente visceral, desde las entrañas, y se ceba con sus víctimas que no pueden llegar a comprender la sinrazón que les golpea, que les patea, que les consume. Me asquea, me revienta. Y después de tanta iniquidad, después de todo, quiero acabar con los violentos y violentas, para evitar el sufrimiento que causan. Casi sin querer me hierve la sangre y me violenta sin remedio, sin perdón.

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